OPINIÓN| Por: Yolanda Ruiz| Publicado: febrero 15, 2017 9:00 pm
En Colombia es ya tradición convertir a las víctimas en
culpables de sus tragedias.
Esta vez nos indigna el argumento
de un abogado al servicio de la iglesia que atribuye a los padres de unos niños
violados parte de la responsabilidad del hecho porque dejaron a los menores ir
a ver al cura criminal en un “exceso de confianza”.
Según el texto citado por
El Espectador (que en buena hora destapó el escándalo) el abogado sostiene que
los padres “violaron el deber de cuidado, deber de custodia, salvaguarda, vigilancia
y protección hacia los hijos”. Según esta tesis el problema no es el violador,
el problema es que los niños y los padres confiaron en el sacerdote.
Impacta y aterra, pero en el fondo es la misma explicación usada
una y otra vez: la Secretaría de Gobierno de Bogotá argumentó en su momento que
Rosa Elvira Cely era responsable de su atroz asesinato por salir de noche con
el asesino, así como el señor Andrés Jaramillo atribuyó a una joven víctima y a
la minifalda que usaba la responsabilidad por haber sido agredida en su
restaurante. De hecho, la defensa más frecuente en los casos de asesinatos y
violaciones de mujeres es justamente esa: que fue culpa de la víctima por haber
provocado al agresor o por haberse puesto en riesgo. Por eso se habla de la doble
victimización y muchas mujeres temen denunciar ante el miedo de ser agredidas
de nuevo.
Ya lo decía también la insigne senadora Liliana Rendón cuando el Bolillo
Gómez protagonizó un escándalo por golpear a una mujer. Según ella en ese caso
“algo pasó, algo lo provocó y las mujeres somos necias… Si mi marido me pega
fue porque yo me lo gané”.
La lista es bien larga y toca prácticamente todos los delitos.
Para cada uno hay una respuesta que permite poner como por arte de magia la
responsabilidad en cabeza de las víctimas porque no fueron prudentes, porque se
dejaron y hasta por pecar de tontas o ingenuas.
Si le roban el celular es porque lo usó en la calle, si lo atracan
es su culpa por salir de noche, si es víctima de fleteo es porque sale con
plata en efectivo, si se le meten al apartamento es que no le puso buenas rejas
a las ventanas, si lo secuestran es porque se metió en terreno peligroso como
le han reclamado tanto a Ingrid Betancur.
Así, mientras se señala de culpables a las víctimas, los agresores,
sean curas pederastas, ladrones, asesinos, hombres violentos o secuestradores,
se mueren de la risa y viven tranquilos porque en muchos casos sus delitos
terminan sin castigo y siempre encuentran abogados que con argucias puedan
argumentar que el otro se lo buscó. No, la culpa no es de las víctimas en
ningún caso, la culpa siempre es de los agresores.
Necesitamos un país en donde los niños puedan salir tranquilos a
la calle y puedan confiar en los sacerdotes y en todos los adultos porque
nuestra obligación con ellos es cuidarlos y no agredirlos. Necesitamos que las
mujeres podamos vestir como nos dé la gana y caminar sin sentir una amenaza a
cada paso. Necesitamos que el castigo de las leyes y de la sociedad sea para
los delincuentes y no para los que sufren por sus agresiones. La seguridad es
un derecho. No castiguemos a las víctimas, no se lo hagamos más fácil a los
victimarios. Y una pregunta para la iglesia que predica el amor: ¿dónde está la
caridad y la compasión con las víctimas? El debate sobre el monto de la
reparación es otro y no me detengo ahí. La justicia dirá quién y cómo debe
reparar en el caso de los menores violados, pero decir que es responsabilidad
de sus padres es absurdo, aunque el argumento tristemente siga la tradición
nacional: para muchos, la víctima es culpable hasta que demuestre lo contrario.
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