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La realidad se impone

Opinión| 6 Ago 2010 - 9:12 pm 

Por: Nicolás Uribe Rueda

LAS REALIZACIONES DEL GOBIERno Uribe y la eficacia de sus políticas para transformar a Colombia son tan evidentes, que muchos pierden el tiempo buscando demostrar algo que se impone a simple vista. 

El país está mucho mejor que hace ocho años, y para comprobarlo basta recordar lo que vivimos, o repasar los titulares de los principales medios de comunicación de aquel entonces, si es que necesitamos algo de ayuda para ponernos en contexto.

Las noticias que examiné de hace apenas unos años son deprimentes desde el punto de vista humano, elocuentes como ejemplo de lo que ya no somos y sorprendentes por permitirnos ver cómo en tan poco tiempo hemos llegado tan lejos, mientras superamos tantas dificultades. En 2001 hubo algo más de 3.500 secuestros y cerca de 30 mil homicidios. Dos veces y media a la semana, la guerrilla se tomaba una población colombiana, y en algunas ocasiones, como sucedió en Mitú años antes, la Fuerza Pública no pudo recuperarlas sino luego de muchas horas de sufrimiento.

La jerarquía de la Iglesia, por cuenta del acoso de los violentos, enviaba cartas a sacerdotes y religiosos para que no abandonaran sus parroquias y congregaciones, y los alcaldes, más de 400, renunciaban masivamente a sus cargos porque la guerrilla los había declarado objetivo militar y no tenían protección del Estado. El éxodo también incluía a jueces, fiscales y profesores, que dejaban cientos de niños sin sus clases por las amenazas terroristas.

Cuando Uribe llegó al poder, más de 200 municipios no tenían policía y la población estaba a merced del grupo terrorista que ocupara el territorio. Las Farc disparaba cohetes a pocas cuadras del Palacio Presidencial y sus jefes se burlaban del fracaso de la retoma del Caguán, en la que no se capturó a un solo jefe guerrillero.

Los jóvenes universitarios buscaban dejar el país a cualquier costo y nadie quería visitar Colombia. La pobreza obligaba a que los hogares vendieran sus activos (licuadoras, televisores, equipos de sonido, o hasta ollas) para buscar recursos, y el desempleo rondaba el 18%. Los caleños de todos los estratos, por poner sólo un ejemplo, recortaban sus gastos 48% y lo propio sucedía en mayor o menor proporción en otras ciudades colombianas según las encuestas económicas del momento.

Tres de cada cuatro empresarios no tenían la intención de emprender proyecto alguno de inversión, y se hablaba ya, entre otras cosas, de que Colombia perdería la autosuficiencia petrolera apenas unos años más tarde. Nuestro país era catalogado como Estado fallido por analistas internacionales y la verdad es que este país era inviable por todo lo anterior, pero también porque se había perdido la esperanza.

Es claro que no todo está resuelto. Subsisten graves problemas de pobreza, hay que ajustar temas económicos y debe consolidarse una política social sobre la base de la derrota total del terrorismo. Que existan tareas pendientes no habla mal de ningún gobierno.

Pero sí habla bien de él un hecho inobjetable: la realidad en que vivimos los colombianos no se parece en nada a la que teníamos hace apenas unos años y ello no es pura coincidencia sino obra de gobierno. Si no se acuerdan, revisen las noticias.

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