12 de diciembre
de 2011 | OPINIÓN | Por: MAURICIO VARGAS
Lo que Petro propone en servicios públicos puede ser desastroso, pero fue lo que anunció en campaña.
Sea como sea, ahora muchos de los que jugaron a derrotar a Peñalosa se
rasgan las vestiduras.
La ingenuidad política ha
sido la madre de los peores desastres. En los días de Alexander Kerensky, en la
Rusia de 1917, la ingenuidad de la pequeña burguesía abrió las puertas a la
revolución bolchevique y, a la larga, a José Stalin, con su secuela de miseria
y sus millones de muertos. La de los católicos alemanes de los años 30 avaló a
Hitler, y ya se sabe lo que costó. Y más recientemente, la de sectores del
centroizquierda venezolano de fines de los 90, ayudó a elegir a Hugo Chávez.
Aquí, una franja pequeñoburguesa
de la capital y algunos burgueses que odiaban a Enrique Peñalosa, por el
intento de expropiación del Country Club, se dedicaron a coquetear con la
izquierda. Votaron por Lucho Garzón en el 2003 y por Samuel Moreno en el 2007.
Y el 30 de octubre pasado, impulsados además por el deseo de derrotar a Álvaro
Uribe -"Ala, ya estamos mamados de ese señor"-, ayudaron a elegir a
Gustavo Petro al votar por él o por el resto de candidatos sin opciones que le
hicieron hueco a Peñalosa, y permitieron que Petro se quedara con la alcaldía
con menos de un tercio de los votos.
A esa operación
contribuyeron los partidos de la Unidad Nacional, que dividieron su votación
entre cuatro candidatos: el propio Peñalosa, Gina Parody, Carlos Fernando Galán
y David Luna. A Galán, que quedó cuarto, y a Luna, que quedó quinto, los premió
Juan Manuel Santos con una secretaría presidencial y un viceministerio,
haciendo verdad aquella inolvidable máxima de Francisco Maturana: "Perder
es ganar un poco".
Un colega malpensado me
dijo el otro día: "Usted es muy bobo. ¿No ve que Santos no quería que
alguien se le creciera dentro de la Unidad Nacional, y de paso aprovechó para
inhabilitar a Petro para la presidencia?". Me niego a creer que el
Presidente haya jugado así, pero alguna responsabilidad le cabe como gran líder
de la Unidad Nacional, al haber permitido la división en sus huestes que le
abrió el camino a Petro.
Sea como sea, ahora
muchos de los que jugaron a derrotar a Peñalosa se rasgan las vestiduras ante
los anuncios del alcalde electo de Bogotá. A mí no me gusta lo que propone:
fusionar las empresas de servicios públicos y, por esa vía, castigar la
eficiencia de la Empresa de Energía, y premiar a la burocracia ineficiente de
la Empresa de Teléfonos y del Acueducto, haciendo que la primera financie a las
otras, no sólo es equivocado. Además, es inconstitucional, pues el artículo 365
de la Carta prevé que el Estado vele por la eficiencia en la prestación de los
servicios, en vez de privilegiar la ineficiencia. Y es ilegal, porque las leyes
de servicios públicos y de competencia prohíben los subsidios de una empresa a
otra, que hacen poco transparente la competencia y ocultan las ineficiencias.
Pero a Petro no tiene
por qué importarle eso. A diferencia de Garzón y de Moreno, él sí es de
izquierda. Y es que de tanto coquetear con izquierdosos de mentiras, Bogotá
terminó por elegir a un izquierdista de verdad. Para él, si hay que cambiar un
principio constitucional o cualquier precepto legal, pues adelante, a
cambiarlo. Tampoco le importa -como izquierdista no tiene por qué importarle-
que se caigan las acciones de la Empresa de Energía en la bolsa. Para Petro,
eso es un problema de ricos.
Muchos esnobistas que
votaron por él -"Ala, es que habla divinamente", como si hablar bien
fuera lo mismo que administrar bien-, ahora se rasgan las vestiduras. Los que,
de uno u otro modo, desde dentro o desde fuera del gobierno de la Unidad
Nacional, ayudaron a elegir a Petro, no tienen derecho a declararse
sorprendidos. Eso que tanto los sorprende, Petro lo propuso en campaña. Lo que
pasa es que, en medio de tanta ligereza y tanta frivolidad con que las élites y
la pequeña burguesía capitalinas votan desde hace algunos años, nadie lo
escuchó.
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