OPINIÓN| Por: Fernando Londoño Hoyos | Publicado: noviembre 12, 2018
“estas palabras que me salen ardiendo y que nadie diría si yo no las
dijera “
“Pasan los
días y el Presidente no ha sacado un ratico a tanto artista, cuando esperan los
cambios en Ejército y Policía, narcotráfico, orden público, economía, y…”
Cuánto quisiéramos derretirnos en
elogios por el nuevo Gobierno, el que elegimos con sangre y saludamos con
emocionada esperanza. La última que nos queda antes de pavimentar el camino
hacia una Venezuela más dolorida, que es para donde vamos, a paso de carga.
Pero el
Presidente parece invulnerable a las decisiones. Y carece del sentido más importante
para los que gobiernan: el oído.
El país clama
por un cambio radical en la cúpula militar y en la dirección de la Policía.
Todo queda para más adelante. Un Ejército vencido no puede trocarse en vencedor
si lo mandan los mismos. Pero nada.
Y como no hay
Ejército ni Policía, pasa lo mismo. Somos un océano de coca. Mejoramos. Antes
apenas éramos un mar.
Y pasan los
días y el Presidente no ha sacado un ratico a tanto vallenato, tanta champeta,
tanta salsa, tanto artista, para proponer un plan contra el narcotráfico, el
combustible que alimenta todas las guerras. Ni sabe si va a fumigar, ni con
qué, ni sabe si extradita o no los del cartel de las Farc, el mayor del mundo,
ni sabe cómo sería aquello de la extinción de dominio express que anunció
mil veces en la campaña, ni sabe si bombardear a fondo los campamentos. O si
sabe, no lo dice. Y mientras tanto, naufragamos en coca, en marihuana, en
heroína.
Como los Guacho andan libres y felices,
los desplazamientos se multiplican, las bombas explotan sin control, los
asesinatos se multiplican, los reclutamientos no cesan, las protestas cocaleras
—vaya ironía— intimidan a la autoridad y siempre ganan.
No será fácil recordar un orden
público más deteriorado. Lo de este sábado en el Cesar parecía un campo de
batalla. Camiones y tractomulas incinerados; buses de pasajeros acribillados;
puentes dinamitados; oleoductos despedazados; heridos por doquier y
aterrorizados innumerables. Pero como celebrábamos vacaciones, el Presidente
andaba en Francia, celebrando el día de la victoria en la Primera Guerra
Mundial, donde fue figura estelar. (Al oído, Presidente: la guerra del Batallón
Colombia fue la de Corea).
El aumento de la criminalidad en las ciudades corre parejo con el de los campos. Los atracadores perdieron la vergüenza y ya ni capucha usan. Al fin y al cabo, si los prenden, vendrá el juez que los desprenda. Porque tampoco hay justicia y la reforma del Gobierno es para morir de risa o de angustia. Mejor que la hundan para no pasar tanta pena.
El aumento de la criminalidad en las ciudades corre parejo con el de los campos. Los atracadores perdieron la vergüenza y ya ni capucha usan. Al fin y al cabo, si los prenden, vendrá el juez que los desprenda. Porque tampoco hay justicia y la reforma del Gobierno es para morir de risa o de angustia. Mejor que la hundan para no pasar tanta pena.
Nada para celebrar en el mundo de
la economía. El Dane nos puede meter otro susto el jueves con la tasa de
crecimiento del PIB. La cartera de los bancos es un drama. Las exportaciones manufactureras
no tienen un respiro. La tasa de desempleo vuela. La informalidad empeora. La
producción petrolera se nos acaba y el Consejo de Estado acaba de cerrar la
última esperanza, la del petróleo no convencional. ¿Dónde estarían las
Ministras cuando se fraguaba esa tragedia?
“El Presidente, tan cauteloso y condescendiente con los enemigos
de su elección, cómplices de Santos, no le contó al país la tragedia fiscal ni
la crisis económica que recibía”
El Presidente,
tan cauteloso y condescendiente con los enemigos de su elección, los cómplices
de Santos, no tuvo la bondad de contarle al país la tragedia fiscal que recibía
y la crisis económica que nos azotaba. Y ahora quiere que su partido asuma el
costo moral y político de gravar con impuestos demoledores el precio de la
comida de los pobres. Porque su desesperado Ministro de Hacienda tiene
preparada una moñona. Castigar con hambre al pueblo, destruir lo que queda de
producción agrícola y acabar con el Centro Democrático. Nada menos.
Los
estudiantes que adoran al Che Guevara, señal clara de que no saben la historia
criminal de su personaje favorito, vienen siendo ganadores absolutos en su
empeño de acabar con el país. Lo de la plata es un mal cuento. Lo que quieren
es meternos debajo de la cama y crear el ambiente adecuado para la revolución
social. Y lo están consiguiendo. Hacen lo que les da la gana y el Presidente
les contesta que lamenta mucho, entiende sus razones y las acepta, pero no
tiene plata para darles. ¡Si la tuviera!
El Presidente
no es el líder de la mayoría en el Congreso. Es su lamentable rehén. Por eso
tanta cautela con el pasado, tanto cuidado con los adversarios y tanto desvío
con los amigos.
Las cantadas
reformas propuestas son de infinita pobreza. La de la Justicia es dramática. La
Política, un chiste malo. Y la Tributaria, una calamidad.
Esto es, y
mucho más, lo que la gente dice en la calle, en los salones, en las casas, en
las tertulias. Y lo que no se resuelve a decir en público. Y lo que va en estas
líneas, cargadas de amor por la Patria y de la ilusión de que muy pronto
debiéramos recogerlas.
FERNANDO LONDOÑO HOYOS
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columnistas, blogueros, comunidades y similares. Las opiniones aquí expresadas
pertenecen exclusivamente a los autores que ocupan los espacios destinados a
este fin y no siempre reflejan la opinión o posición de LA OTRA MITAD
DE LAS VERDADES A MEDIAS.
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