OPINIÓN| Por: FERNANDO
LONDOÑO HOYOS| Publicado: sep. 5, 2013
Los agricultores están defraudados e indignados. El Gobierno los ha engañado. Y saben cuál es la ruta que le duele a su oponente.
La acaban de recorrer victoriosa e impunemente.
Y la intentarán de nuevo.
El tal paro trajo al país una de
sus crisis más agudas. Y no se trata de llover sobre mojado con otra burla a
las que con justicia cayeron sobre Santos por la ceguera que le impidió ver
venir semejante monstruo. Se trata de un diagnóstico confirmatorio sobre su
incapacidad para notar los fenómenos sociales y para captar el alma colombiana.
Hemos tenido presidentes muy malos, y nuestra historia
reciente muestra más de los que quisiéramos admitir. Pero ninguno antes con
tanta ineptitud para entender lo que pasa en torno suyo, la misma que lo lleva
a cometer los más graves yerros.
Que el gabinete ministerial es muy flojo, está claro. Pero es mejor que ninguno, como Santos lo ha preferido. En medio de un oleaje embravecido, lo peor es arrojarse a las aguas.
Que el gabinete ministerial es muy flojo, está claro. Pero es mejor que ninguno, como Santos lo ha preferido. En medio de un oleaje embravecido, lo peor es arrojarse a las aguas.
Nada anda bien en el país. Este es uno de los momentos más
oscuros de su azarosa historia. La economía, que tantas veces consolaba horas
angustiosas, anda a la deriva. La inseguridad se apoderó otra vez de la Nación
y lo que acabamos de presenciar es el espectáculo de una sociedad insurrecta y
descompuesta. Los bárbaros descubrieron que los muros de la ciudad son ruinas y
que volverán al asalto cuando quieran. La militarización no fue un acto de
coraje sino imprudente muestra de debilidad y desespero.
El Gobierno había conseguido que se levantaran bloqueos en
puntos neurálgicos del país. Lo que dista mucho de tener controlada la
situación. Los huelguistas probaron que la dominan y que el Presidente no solo
está desordenado y confuso, sino que tiene miedo, que rehúye el combate, que se
agazapa y se esfuma. Se saben dueños del terreno y que tienen el respaldo de
una sociedad que considera justo lo que piden y que no condena el modo que usan
para pedirlo.
Y en medio de semejante caos se precipita la caída del
gabinete. Torpe medida, al parecer nacida de la iniciativa de algún ministro y
de ningún modo el resultado de una meditación profunda, o tomada como parte de
una estrategia seria y largamente meditada. Había que producir una noticia para
distraer al público, y se tomó nada menos que esa. La peor de todas.
Cuando escribimos estas líneas, tenemos sabido que el
doctor Santos hace consultas y pide candidatos. No sabe de cuáles ministros
prescindir ni a cuáles llamar en estas horas de gravedad extrema. Prueba, si
faltaba, que hasta el caos se improvisa ahora. Nadie, con mente sana, aceptará
el encargo de manejar algo inmanejable ni de sumarse a una causa perdida.
Aunque no faltarán los que no quieran dejar pasar la oportunidad para salir en
el periódico o para resucitar algún prestigio náufrago. Pero así no se forma un
equipo ganador en una hora tan comprometida.
Los agricultores están defraudados e indignados. Si algo
habían logrado, tendrán que empezar de nuevo. Si sentían que avanzaron, los han
regresado al punto de partida. El Gobierno los ha engañado, porque los hizo
hablar con los que se han ido. O con los que se han quedado heridos por mortal
desprestigio. Y saben cuál es la ruta que le duele a su oponente. La acaban de
recorrer victoriosa e impunemente. Y la intentarán de nuevo.
Todo esto pasa cuando los camioneros no han atravesado un
solo aparato sobre las vías y cuando los sindicatos, estudiantes y opositores
revoltosos apenas han hecho caminatas de calentamiento. Y cuando todos saben
que los del Catatumbo imponen su ley y los del Putumayo van a seguirlos y que
el Gobierno no vacila en indemnizar delincuentes, parar erradicaciones de
cultivos prohibidos y coquetearles a nuevas zonas de reserva campesina.
El tal paro está de regreso. Y el que no lo vio venir la primera
vez lo está organizando la segunda, suponemos que sin quererlo.
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