viernes 29 de octubre de 2010 | Por: Fernando Londoño Hoyos
Los últimos acontecimientos en que ha sido actora y actora en el más pleno sentido de la palabra porque ya no es juez sino eso, actora, de una telenovela que montó de la Corte Suprema de Justicia, nos obliga a muy serias reflexiones.
Es lo cierto que el país cayó en manos de unos magistrados muy inferiores a su deber, muy inferiores en todo sentido, muy inferiores en su preparación como juristas, salvo algunos de ellos que todavía están en la Corte y que son juristas de larga tradición y de mucha significación y académicos importantes pero por desgracia van siendo ya la excepción a la regla general de la incompetencia en ese sentido.
Además de esto muy inferiores en sus condiciones morales, en sus condiciones personales a los deberes que tienen como los más altos magistrados de una sociedad que pretende ser civilizada y demócrata.
Esa circunstancia nos obliga a muy profundas reflexiones, como también nos obliga el hecho de que en un momento de debilidad, de generosidad, de exceso, en el cumplimiento de sus deberes y en el otorgamiento de ventajas, el presiente de la República, el gobierno nacional, le dio a la Corte Suprema facultades de instrucción criminal, con jueces propios…
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