Salud Hernández-Mora
Una de las mayores burbujas de nuestro tiempo se llama Baltasar Garzón. El magistrado español está contra las cuerdas producto de su desmesurada codicia de atención públicaHay mitos protegidos por un grueso teflón. Han construido tan bien su imagen que tienen bula para hacer torcidos. Una de las mayores burbujas de nuestro tiempo se llama Baltasar Garzón. El magistrado español está contra las cuerdas producto de su desmesurada codicia de atención pública.
Su pecado no es otro que haber engendrado un ego superlativo que debe engordar a diario al precio que sea. Su virtud, tener una intuición y una habilidad prodigiosas para saber por dónde soplan los vientos de la popularidad. Su golpe maestro, el que lo catapultó a la fama planetaria, fue la denuncia contra el dictador chileno Pinochet cuando estaba en Londres.
Reconozco su genialidad, el efecto internacional que causó. Luego vinieron otros y en este país, sin ir más lejos, lo consideran la viva encarnación de la legalidad, una suerte de ángel justiciero mundial.
Lo que pocos saben acá es que Garzón es magistrado de la Audiencia Nacional, el único organismo judicial español que juzga el terrorismo. Es decir, que todos sus miembros persiguen por igual a la Eta. La diferencia es que los demás creen que su trabajo debe ser silencioso y discreto, como los jueces tradicionales, y que su deber es estudiar sus casos y decidir con prontitud antes que pasearse por el mundo. Garzón, por contra, considera que es una plataforma de lucimiento personal, de ahí que instruya mal las causas y deba dejar libres con frecuencia a criminales.
En los años 2005 y 2006, el renombrado juez español pidió excedencia y marchó a dictar clases a la Universidad de Nueva York. Antes de partir, le envió una carta al presidente del Santander, Emilio Botín, en que solicitaba apoyo financiero para la misión. Daba la casualidad de que nuestro Garzón tenía en su despacho un expediente que afectaba a Botín. Por supuesto que el banquero le concedió el dinero -3.202.000 dólares- y nuestro prohombre le archivó el problema.
Para infortunio del héroe, El Mundo de España publicó la misiva en la que solicitaba la ayuda, para acallar a los que tachaban todo de conspiración. Durante todo el tiempo que permaneció en la urbe gringa percibió su salario íntegro de juez, aunque no movió un papel y adicionalmente, por dos horas semanales de clase, recibía otros 10.689 dólares mensuales financiados por el banco. Y hay más. El Santander canceló el costoso colegio de su hija (21.650 dólares), sus gastos de viaje (21.152 dólares), el salario y apartamento de su asistente y más cosas que no detallo para no aburrir.
El año pasado, el intachable magistrado hizo algo que escandalizaría a cualquier universidad seria, incluso al New York Times que tanto lo defiende: autorizó que grabaran en la cárcel las conversaciones entre un abogado y su cliente, flagrante violación del debido proceso. Pero, como se trataba del caso de corrupción que involucra al Partido Popular, el coro socialista aplaudió su exceso, y sus áulicos en el planeta voltearon la cabeza.
Ahora cuenta con el fervor de los que desconocen su trayectoria porque está demandado por reabrir un caso referente al franquismo, que no sólo no es de su competencia, sino que fue cerrado por un acuerdo político como el que se firmó en Colombia con el M-19. Lo hizo por los focos que atrae y el favor al gobierno socialista.
Garzón puede presumir, además, de ser pionero en dar el salto de los estrados judiciales a la política, es decir, de embadurnar de intereses sectarios la Justicia. Salió elegido congresista por el Partido Socialista, pero como Felipe González le hizo conejo y no lo nombró ministro como él pretendía, volvió a su juzgado de inmediato. Obvio que los millones de seguidores del PP desconfían de su imparcialidad, máxime en un país tan polarizado como España.
En suma, es un lamentable ejemplo para las generaciones futuras de jueces en España y del planeta. Sigan aplaudiendo.
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