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Expansionismo chavista vs. dignidad colombiana

Darío Acevedo | Analista | Publicado el 25 de julio de 2010

Es evidente, desde hace varios años, que las guerrillas colombianas tienen bases y jefes en el territorio de la vecina Venezuela. Hay claridad también en que dicha presencia es tolerada por el coronel presidente Chávez. 

La denuncia del gobierno colombiano, que ha traído como consecuencia la ruptura de relaciones diplomáticas, está amparada en la recolección reciente de pruebas, fotos y videos, suministradas por desmovilizados y a partir de detección satelital, parece tener toda la seriedad que se exige en un caso de estos. Así lo dejó entrever el gobierno norteamericano. 
No hay razón para pensar que se trata de una maniobra del presidente Uribe para sabotear acercamientos entre Chávez y Santos. Al contrario, se puede pensar que Uribe le evita a Santos tener que iniciar su mandato desatando esta situación. Tal como estaban las cosas o le tocaba a Uribe o a Santos formular la denuncia ante la comunidad internacional ya que por la vía del contacto bilateral todos los esfuerzos previos habían fracasado.

Cuando está en juego la seguridad nacional, en especial cuando hay una fuerza extranjera que potencia más el peligro, la alternativa correcta es destapar la amenaza ante el concierto de las naciones americanas. Es probable que la OEA, organismo manipulado por el chavismo, nada pueda hacer más allá de llamados voluntaristas a buscar salidas diplomáticas, pero, Colombia sale ganancioso al presentar su queja de manera abierta para que quede constancia y para que se tome nota de quién es el agresor en este caso. 
Venezuela no aceptará que una comisión internacional visite los sitios referenciados en la denuncia, su gobierno prefiere la opción del insulto y el chantaje de la ruptura para desviar la atención sobre el problema central.

Sin embargo, es de esperar que, además de los alardes retóricos, el Gobierno bolivariano esté haciendo alguna movida silenciosamente para deshacer las evidencias. Eso supone que los guerrilleros y sus jefes se tendrán que mover a otros sitios y hasta eventualmente retornar a Colombia, lo que de hecho representaría un triunfo de Uribe pues dicho retorno les representa el peligro de ser abatidos o detenidos.

La pregunta que se hacen algunos analistas y críticos de la oposición, como la senadora Córdoba y el ex presidente Samper, en el sentido de si esta denuncia era oportuna carece de fundamento.
Lo cierto es que el Gobierno chavista mantenía sobre Colombia una política de chantaje amenazando con romper relaciones si esta denunciaba la presencia guerrillera en su territorio, consciente de los temores que tal medida generaba entre los empresarios colombianos.
Chávez estaba convencido que podía más el miedo a perder dicho mercado que la dignidad. Pero esta vez se equivocó. No se dio cuenta de que la economía colombiana ha venido resistiendo con relativo éxito el bloqueo comercial impuesto desde el año anterior. Es decir, en el plano comercial, la pérdida del mercado venezolano, que llegó a sumar los seis mil millones de dólares, y que no es despreciable y que no es deseable que se pierda, no es ya tan grave como lo hubiese sido en años anteriores.

La esencia del problema es la que tiene que aflorar en esta coyuntura. El problema no es de egos o rencores personales entre Chávez y Uribe, el problema es que Chávez emerge como el líder de un proyecto revolucionario continental "el socialismo bolivariano" que él pretende imponer a como dé lugar en Colombia. 
Por eso su apoyo y tolerancia con las guerrillas no es casual ni desdeñable. Se trata de las fuerzas que abonarían en nuestro país el camino para que triunfe sus tesis y se imponga su modelo. Lo intentó durante el mandato de Pastrana, ahora con Uribe y hará lo mismo con Santos.
Chávez no renuncia a ganar la mayor presea de la región que es Colombia, su piedra en el zapato. Habrá tiempo para que los colombianos de medio pelo, los del orgullo nacional desteñido aprecien la andanada de Chávez contra Santos mientras Venezuela profundiza su revolución hasta los extremos del anacrónico comunismo cubano.

Por eso el futuro de las relaciones entre las dos naciones es incierto, pinta para largo rato. Estamos ante un pulso de fuerza en el que la retórica chavista tratará de ganar adeptos en su "odisea antiimperialista" y el Gobierno colombiano simplemente demande solidaridad de sus hermanos en la lucha contra el terrorismo.
Chávez es el que más está arriesgando, pues viola flagrantemente acuerdos y políticas internacionales de lucha contra el terrorismo. Colombia pierde un mercado, pero se quita el chantaje de encima. El balón está del otro lado de la frontera.


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