opinion Por Luis Guillermo Restrepo - Julio 24 de 2010 - 12:47
Lo que iba a ocurrir ocurrió. Ya no importa que se acuse a Colombia y a Álvaro Uribe de haberlo producido. Y antes que rasgarse las vestiduras por los efectos que produjo el denunciar ante la OEA el patrocinio de Chávez al terrorismo de las Farc, el ELN y la ETA, lo que debemos hacer es preguntarnos cómo impedir que la guerrilla siga usando a Venezuela como campamento de recreo y plataforma para atacar a nuestro país.
Desde la llegada del coronel a la presidencia de Venezuela el chantaje se convirtió en idioma diplomático en América. Hace diez años, en las épocas de Andrés Pastrana y con ocasión del despeje del Caguán, Chávez quiso desestabilizar a Colombia, aprovechando las buenas maneras de nuestro Presidente y de sus cancilleres y el papayazo de un proceso de paz mal manejado.
Esa tradición de decencia, de la cual se burló mientras apoyaba el terror de las Farc y enviaba personajes tenebrosos como Rodríguez Chacín.
Hoy le molesta a la senadora Piedad Córdoba el idioma “procaz” del embajador Hoyos en la OEA, pero no la conmueven los improperios del coronel que inventó la diplomacia soez, la del secuestro y de los esbirros que usó para mostrarse como salvador y redentor.
Con la llegada de Uribe a la presidencia, las buenas maneras de Colombia no cambiaron. Pero se hizo más notorio que debíamos soportar el vapuleo frecuente de nuestro país para mantener el creciente comercio que se suponía era producto de unas relaciones más estrechas. A nadie le pareció importante entonces que Chávez demoliera la Comunidad Andina de Naciones, un mecanismo creado en 1968 precisamente para sacar las relaciones comerciales del azar de los cambios políticos.
Nadie cayó en cuenta que se estaba preparando la gran extorsión. Como no llamó la atención que el chafarote ya vestido de verde y rojo que amenazaba con guerra y ordenaba la movilización de los ejércitos venezolanos, usara el lenguaje procaz de un patán al llamar mafiosos y asesinos al presidente Uribe y a su Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos.
Hasta que la afrenta se volvió insoportable. Y las Farc tienen campamentos en territorio venezolano donde invitan conspicuos personajes de la política colombiana expertos en protagonismos, cuya misión es enrarecer el ambiente.
Ellos ignoran a propósito que al otro lado, en Venezuela, está el canciller Maduro, un chofer venido a más cuyo vulgar discurso no ahorra la ofensa.
Y que Cadivi no paga las deudas a quienes vendieron sus productos a Venezuela sin la intervención y el visto bueno de esos personajes que también manejan la chequera de Monómeros en Colombia. En tanto, los colombianos son vejados por una guardia nacional corrupta y por un régimen paranóico. Y los alcaldes y gobernadores de Venezuela denuncian la presencia de la guerrilla en su país.
Así se llegó a la ruptura del pasado viernes. Que la causa inmediata haya sido la denuncia de Colombia ante la OEA, no oculta sus causas anteriores. Que la haya declarado Chávez sólo demuestra su afán por recuperar los adeptos perdidos en su locura comunista e inmoral, que lo tiene al borde de la derrota en las elecciones del próximo septiembre. Cuando la historia se escriba, tendrá que reconocerse que Colombia debió precipitar el rompimiento para poder recuperar unas relaciones basadas en el respeto mutuo y en el rechazo al terrorismo patrocinado por el régimen chavista.
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