5 de noviembre de 2011 | OPINIÓN| Por: Paloma Valencia Laserna
La oposición que puede liderar el expresidente Uribe desde la tribuna de su prestigio, se perfila como una buena noticia para el país. Las democracias se fortalecen cuando hay sectores que no comulgan con los mandatarios.
Las
declaraciones del expresidente Uribe muestran lo que ya muchos sabían; el
uribismo no se siente representado en el gobierno Santos, a pesar de que se
suponía -y así lo entendieron las mayorías- que Santos sería el heredero de
Uribe.
La
lista de los alejamientos es larga: primero, vino el llamado que hiciera el
entonces candidato Santos para que los liberales lo acompañaran en la segunda
vuelta, ofreciéndole en triunfo a un partido que hasta entonces era de
oposición. Siguió la metamorfosis de Santos, que pasó de ser un ministro al que
el Presidente le pedía prudencia en sus comentarios sobre Chávez a ser el nuevo
mejor amigo. Eso, sin importarle las frescas denuncias sobre los campamentos
guerrilleros en Venezuela y, menos aún, las continuas evidencias que al
respecto han mostrado los estadounidenses.
Hay,
todavía cosas más de fondo; a pesar de la voluntad del gobierno Santos de
mantener la política de seguridad democrática, los resultados no son
alentadores. Se esperaba una reforma a la Justicia que atendiera el problema de
los militares. Sin embargo, el proyecto que cursa en el Congreso no lo
soluciona. Por el contrario, los agrava y contribuye a alejar más todavía la justicia
del querer democrático. Propende por Cortes que se juzgan entre ellas, que se
eligen por cooptación y con poderes para seguir desarrollando un aparato que
rompe los sistemas de frenos y contrapesos propios de una democracia.
Lo
que es más grave; el gobierno anterior fue enfático en establecer límites para
aquellos que habían optado por la violencia como mecanismo político. Con
generosidad se les ofrecieron garantías y prebendas que los sacaran del
conflicto; pero el gobierno fue enérgico en la necesidad de que perdieran sus
derechos políticos y en que hubiera verdad, justicia y reparación. Al
contrario, el gobierno Santos custodia una reforma constitucional, donde las
guerrillas ya no serán tratadas como los narcoterroristas que son, sino que
podrán ser amnistiados y seguir una carrera política.
La
reforma recién aprobada por Santos hace crecer al Estado; nuevas agencias,
ministerios y más burocracia. Aquello tampoco se compadece con los esfuerzos de
Uribe por reducirlo en tamaño y ajustar el aparato burocrático. La expansión
estatal significará un detrimento en la salud fiscal nacional, ya amenazada por
la difícilmente cuantificable Ley de Víctimas.
A
pesar de que hay varios temas adicionales, y de que las diferencias son
poderosas, pocos parlamentarios acompañarán al exmandatario. Infortunadamente
para Colombia muchos congresistas están comprometidos con el poder, más que con
las ideas; más preocupados por garantizar su reelección mediante las vías de la
politiquería, que por la reflexión sobre los proyectos que aprueban; prefieren
comercializar con sufragios, aunque así acaben con la democracia que
usufructúan.
La
oposición que puede liderar el expresidente desde la tribuna de su prestigio,
se perfila como una buena noticia para el país. Las democracias se fortalecen
cuando hay sectores que no comulgan con los mandatarios. El debate de las ideas
es necesario para robustecer el análisis y mejorar las propuestas. Este
Gobierno lleva un año prácticamente sin oposición, pues los esfuerzos del Polo
para cumplir con esta tarea han sido contrarrestados por los escándalos de
corrupción que enlodan al partido de izquierda. La llegada de Uribe -si se da-
al debate público es saludable para la democracia y puede ayudar a reavivar el
debate sobre los temas de la agenda pública.
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1 comentarios:
Si existiera el delito de "Daño a la economía nacional", el señor Santos estaría ad portas que quedar preso.
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