29 de noviembre de 2011 | OPINIÓN | Por: Paloma Valencia Laserna
Cuando Cano fue dado de baja, algunos previendo el espíritu sanguinario de las Farc, anunciaron que habría represalias sobre los secuestrados.
Las hubo, no
causadas por esa muerte, sino por las decisiones de Cano cuando estaba vivo; él
y el secretariado dieron la orden de asesinar a los secuestrados en intentos de
fuga, liberación o por la mera cercanía de la fuerza pública.
El Ministro
Pinzón al referirse a los hechos narró como hace más de un mes y medio tuvieron
información sobre la presencia del Frente 63 de las Farc en el suroriente del
Caquetá. Había indicios de que ahí podrían estar los secuestrados. Las tropas
emprendieron una operación para ubicar esa estructura terroristas y verificar
si los secuestrados estaban ahí. La dificultad del terreno impidió su hallazgo
hasta la fase final; cuando estaban ya por salir encontraron huellas y al
seguirlas estalló el enfrentamiento. Las fuerzas militares avanzaron en el
combate, y antes de huir las Farc asesinaron a los secuestrados; unos con tiros
de gracia en la cabeza, los otros debieron correr, pues están
abaleados por la espalda. Todos desarmados y famélicos. El sargento Erazo
logró escapar, entre los tiros y las granadas que le lanzaban los guerrilleros.
Fue una casualidad que llegara hasta donde se encontró con la fuerza pública.
José Libio
Martínez Estrada, Edgar Yesid Duarte Valero, Elkin Hernández Rivas y Álvaro
Moreno estuvieron más de diez años sepultados en la selva, encadenados a los
árboles; cuenta la guerrillera que se entregó que las cadenas sólo se las
ponían durante la noche; como si hubiera un segundo siquiera donde un hombre
pueda estar bajo ese yugo. Vivieron, si es que la palabra admite este uso,
esperando un amanecer en el que pudieran regresar. El secuestro se parece a una
pausa –dolorosa e injusta- una vida que no se vive y que sólo espera. Morir así
debe ser sorpresivo; se destruye, de pronto, el sentido de haberlo soportado todo;
se hace vacua la resistencia.
Lo sucedido
vuelve a poner de presente lo que son las Farc y la crueldad que revisten sus
actuaciones. Es un duro recordatorio para quienes olvidan que las Farc son un
grupo terrorista; una parvada de asesinos que utilizan las páginas de Marx y de
los filósofos de la izquierda para envolver la cocaína que trafican. Entre los
de mala memoria hay que destacar al Congresista Roy Barreras que en un acto
inexplicable, había incluido un artículo en la reforma constitucional que busca
dar un marco jurídico a un eventual proceso de paz, que le daba la posibilidad
a los reinsertados de participar en política. Era un premio, una concesión que
no merecen ni pueden tener. La política debe estar reservada para quienes son
capaces de seguir las normas democráticas. Pese a las fallas y los defectos de
nuestro sistema, podemos decir que nuestra democracia funciona. A quienes
cometen el error de buscar soluciones políticas a través de las armas, la
sociedad puede, generosamente, otórgales perdón; pero haberse convertido en
asesino debe acabar para siempre con esa opción.
Murieron los
últimos oficinales que tenía la guerrilla en su poder; debieron tenerlos juntos
como tuvieron otrora a Ingrid y los políticos, por ser las “joyas de la
corona”. Las Farc están perdiendo no sólo a los líderes sino el espacio para
delinquir rampantes, y sus mecanismos de extorsión también se agotan. Cada vez
habrá menos territorios ajenos al ejército colombiano; debe cubrirlo todo
en la medida de las capacidades que tenemos. Por eso causa desazón la carta de
Piedad Córdoba donde se anunciaba la próxima liberación de quienes fueron
asesinados, pues es una prueba más de su amistad con esos terroristas y la
utilización descarada que juntos pretender hacer de los secuestrados como
piezas políticas, para manipular y desorientar a la sociedad y las familias de
las víctimas. Tampoco es grato que el Presidente Santos se reúna con Chávez, un
presidente enemigo de los principios democráticos y amigo de los grupos
narcoterroristas que hoy, precisamente, enlutan una vez más a Colombia.
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