10 de diciembre
de 2011 | OPINIÓN | Por: PALOMA VALENCIA
LASERNA
Las Farc desde hace mucho, son una banda de narcotraficantes y terroristas, que ensucian las doctrinas de los grandes teóricos de izquierda con la coca que trafican y la sangre de tantos colombianos sacrificados por el mezquino deseo de poder y dinero.
Las marchas en el país no
tuvieron la afluencia que se vio en las del pasado 4 de febrero de 2008; no por
ello deben pasar desapercibidas y su significación necesita un análisis. El
país está harto de las Farc; no existe ningún respaldo popular para su causa y
el contenido político de su mensaje está extinto. Eso lo sabemos muy bien todos
los colombianos, e incluso lo saben las Farc, convertidas en un grupo
narcoterrorista que trafica con la libertad y la vida de los colombianos.
Las marchas le dan al mundo este mensaje. Han sido una manera de
desvirtuar la historia, según la cual la guerrilla tenía ideales románticos y
enfrentaba un gobierno tiránico. En Colombia, a pesar de las fallas, la
democracia es representativa. La gente vota y escoge los líderes de acuerdo a
sus intereses, y sin la política no tiene los resultados que algunos
consideramos deseables; no se debe a imposiciones, sino a la manera como las
mayorías en el país eligen. Y podemos o no compartir los criterios de quienes
votan, pero lo cierto es que lo hacen en libertad de consciencia y los
resultados electorales representan el querer democrático en la mayoría de los
casos. Los únicos votantes constreñidos son los que viven en zonas donde el
Estado ha perdido el control y los ciudadanos quedan a merced de los violentos;
para fortuna del país son cada vez menos.
Las Farc, por su parte y desde hace mucho, son una banda de
narcotraficantes y terroristas, que ensucian las doctrinas de los grandes
teóricos de izquierda con la coca que trafican y la sangre de tantos
colombianos sacrificados por el mezquino deseo de poder y dinero. Los golpes
sobre los líderes de la estructura disminuyen cada vez más su capacidad de
esconderse bajo la retórica sofista de su discurso y destruye el mito de esos
líderes guerrilleros que morían de viejos. Van quedando solas las hordas escondidas
en la selva sometidas sólo a la doctrina de la brutalidad y la codicia.
El mensaje que dan las marchas es especialmente importante para nuestros
vecinos; los gobiernos de Ecuador y Venezuela se han mostrado tolerantes con
las Farc. Hace poco el presidente Correa se atrevió a comparar el Estado
colombiano con las Farc, e insistió en que las Farc no son terroristas. Las
marchas vuelven a recordarles que en Colombia aquello no tiene cabida; que aquí
donde actúan todos sabemos lo que son.
El mensaje también era para el presidente Santos que ha sido tan ambiguo
en el tema de las Farc. Por una parte, celebra -con el país entero- la baja de
‘Cano’ y anuncia la persecución hacia ‘Timochenko’ y cualquier otro que llegue
a ser el jefe de la organización; pero al mismo tiempo el Gobierno apoya una
iniciativa que pretendía darle derechos políticos a esos personajes y anunciaba
un inminente diálogo. Hay una serie de ambivalencias en sus pronunciamientos
que impiden cualquier precisión sobre el asunto, así que la marcha tenía
también un mensaje para el gobierno.
Es una lástima la pobre afluencia, pero aquello no desvirtúa el mensaje,
aunque le daría más fuerza si fueran multitudinarias. La participación rala se
debe a que el país está entrando -otra vez- en una especie de apatía,
caracterizada por la falta de emoción política. La democracia se fortalece en
la dinámica gobierno oposición, pero este Gobierno ha sido efectivo en la
integración, que la oposición está casi extinta. Aquello vulva la política
silenciosa y poco interesante, y por eso la gente no se siente comprometida en
el debate.
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