Reflector| Por: FERNANDO LONDOÑO HOYOS | Publicado: Ene.23, 2013
Les va mal a nuestros negociadores en La Habana, porque calcularon mal al enemigo. Y no ellos. Fueron los que sirvieron de avanzada a esa audacia y ahora ejecutan una hábil retirada táctica.
Y ante el desastre, nada más a propósito que
unos culpables.
La búsqueda de culpables es la prueba reina de cualquier fracaso.
Por ahí sacamos en limpio cómo le va al doctor Santos con sus tertulias en La
Habana. O cómo les va a Sergio Jaramillo y a Humberto de la Calle, sus
emisarios para apaciguar la fiera. Les tiene que ir muy mal, ya lo sabíamos
antes de abrir el telón a esta representación funambulesca. Pero cuando el
ministro Carrillo lanza mandobles contra quienes nos hemos opuesto a que se
entregue el país a las Farc, pone al descubierto la calidad de noticias que le
llegan desde Cuba.
Pero aunque quieran
evitarlo, se dejan conocer la angustia. Que ha llegado al extremo de jugarse
una carta tan pesada como la del reconocimiento de Maduro y Jaua, a cambio de
que les ayuden con 'Márquez' y 'Santrich'. Por escasamente letrados que sean
los del Gobierno en achaques diplomáticos, sabrán que la visita de nuestra
Canciller a rendir pleitesía al dueto golpista de Caracas -Maduro y Jaua-
supone la bendición colombiana a una dictadura. Esa visita, calamitoso error,
fue preparada por el embajador de Venezuela en la OEA, el desapacible
Chaderton.
Ya Jaua viajó a La
Habana, para hablar supuestamente de política y de béisbol con Chávez, pero en
verdad para pagar el favor recibido de Santos, intentando mejorar las maneras
de las Farc en la mesa de negociaciones.
Alto precio el que
paga Colombia por ese favorcito. Reconocer gobiernos golpistas es asunto en
extremo delicado. Y nos parece que aun tratándose de un juego de póquer,
demasiado alto. Nos vienen al recuerdo Esaú, cambiando su derecho de
primogenitura por un plato de lentejas o Ricardo III negociando su reino por un
caballo. Las lentejas o el caballo podían ser muy apetecibles en sus
circunstancias, pero siempre parece mejor soportar el hambre o asumir el
riesgo.
De modo que estamos
de acuerdo en que gobierne un moribundo, o un muerto, que ambas cosas se dicen,
y que desde luego no puede tomar posesión de su cargo, con tal de buscar
aliados para impedir, prorrogar o suavizar un desastre. En esas andamos. Pero
no sobra contratar una póliza de seguro, que es lo que el doctor Carrillo hace,
volviendo culpable al uribismo del fracaso santista de La Habana.
Las Farc no se
conforman con lo mucho que ya les dieron: reconocimiento político, publicidad
gratuita y un salvavidas providencial cuando estaban exhaustas, prácticamente
exánimes. Así rescatadas, justificadas y fortalecidas, se sienten con agallas
para venir por lo demás. Y lo demás es la Nación entera. Una política agraria a
su medida, impunidad total para sus crímenes, ejercicio pleno de un poder
político que no llegaron a soñarse y garantías que equivalen al imperio de su
fuerza con la destrucción de la nuestra, la legítima de nuestro Ejército,
nuestra Policía y nuestros jueces.
Cuando el destape de
las cartas ha quedado en evidencia, el Gobierno se siente maniatado entre sus
propias redes o perdido en su propia jungla. Y es cuando, desesperado ante el
riesgo, pide socorro. Y se lo pide a quienes considera, con muy buenas razones,
los jefes de sus contertulios, que son los del gobierno golpista de Venezuela.
Desde cuando leímos
El jugador, de Dostoyevski, sabemos de lo que es capaz un jugador desesperado.
Aquí lo inaceptable es que el que lanza restos no lo hace con su patrimonio,
sino con el de los colombianos.
Les va mal a
nuestros negociadores en La Habana, porque calcularon mal al enemigo. Y no
ellos, habrá de reconocerse. Fueron los que sirvieron de avanzada a esa audacia
y ahora ejecutan una hábil retirada táctica. Y ante el desastre, nada más a
propósito que unos culpables. Que por variar somos los que respetuosamente
ejercemos lo que llamaba Joseph Folliet la "sagrada función de la
protesta".
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