OPINIÓN| Por: PLINIO
APULEYO MENDOZA| Publicado: mayo 24, 2013
Si el Gobierno llegara a aceptar las condiciones que pretenden, las Farc tendrían abierto el camino del poder a la manera patentada por Chávez.
Su más peligrosa petición, vista como culminación del
proceso, sería una posible reducción de nuestras Fuerzas Armadas a tiempo que
las Farc dejan en veremos la entrega de sus armas.
Sí, ¿para dónde van? El Gobierno
cree saberlo. Y muchos colombianos, detrás de él, piensan que las Farc,
severamente golpeadas, pueden aceptar el fin del conflicto armado si son
eximidas de castigos penales y si tienen opción de llegar al Congreso con sus
‘Timochenko’ e ‘Iván Márquez’ a la cabeza.
Se trata, creo yo, de
una ilusión engañosa. Las Farc van mucho más lejos. Desde hace algunos años, y
por inspiración de ‘Alfonso Cano’, se han trazado una exitosa estrategia
política que compensa de sobra los golpes sufridos por ellas en el campo
militar. El punto de partida de esta estrategia fue su llamado Plan Renacer.
Descarta la toma del poder por la vía de las armas para sustituirla por otra,
secreta y más eficaz, que es la captura del Estado, lograda en el continente
por movimientos de su mismo perfil ideológico ligados al socialismo del siglo
XXI.
El papel fundamental
de esta estrategia no gravita ya para las Farc en su aparato armado, sino en
estructuras políticas clandestinas como el PC3 y el Movimiento Bolivariano por
la Nueva Colombia (MB), transformado ahora en la Marcha Patriótica. No
olvidemos que estos sigilosos brazos políticos les han permitido a las Farc una
hábil infiltración en el Poder Judicial, los sindicatos, las universidades y
las comunidades indígenas. Peligrosa realidad ignorada por la opinión pública y
hasta por el propio gobierno.
Ahora bien, el punto
culminante de esta nueva estrategia es precisamente el actual proceso de paz.
En torno a él hay algo inquietante. Las fuerzas democráticas del país se
encuentran divididas en un candente debate que no les permite ver las secretas
cartas de las Farc. De un lado se ubican quienes consideran moral y legalmente
imposible dar indulto y participación política a los responsables de crímenes
de lesa humanidad. Y del otro lado, el Gobierno y los partidos que lo apoyan,
para quienes una justicia transicional (con extrañísimos subterfugios jurídicos
capaces de eximir reales penas) es la única vía para poner fin al conflicto
armado.
¿Se conformarían las
Farc con el indulto y curules en el Congreso? No seamos ingenuos. Alfredo
Rangel, en un cuidadoso estudio, muestra todas las estrategias que están
aplicando las Farc en La Habana. Por una parte, pretenden modificar las
estructuras de poder regional a través de un nuevo mapa productivo, con
limitaciones a los TLC y a la explotación minera, y sobre todo con la creación
de zonas de reserva campesina bajo su control. A tales iniciativas buscan
darles soporte con los llamados foros temáticos y asambleas populares
integradas por organizaciones bajo su influencia.
Finalmente, su más
peligrosa petición, vista como culminación del proceso, sería una posible
reducción de nuestras Fuerzas Armadas a tiempo que las Farc dejan en veremos la
entrega de sus armas. Lo que buscan, pues, es en definitiva una fuerza igual a
la del Estado.
Si el Gobierno
llegara a aceptar tales condiciones, las Farc tendrían abierto el camino del
poder a la manera patentada por Chávez. Con estos nuevos instrumentos en su
mano, que fortalecerían su presencia en todas las regiones del país, tan solo
les bastaría para lograr su máximo objetivo una coyuntura electoral favorable.
Y, cuidado, pueden tenerla el próximo año. Si el candidato uribista es Pacho
Santos (el de mayor opción en las encuestas internas), la pugna entre él y su
primo Juan Manuel dejaría apático a un amplio sector de la opinión pública,
circunstancia muy favorable para un candidato único de la izquierda. Y por
tranquilizadora que fuera la imagen de este último, detrás suyo estarían todos
los amigos de las Farc, además de los Maduro y los Castro. Sería para ellas un
camino abierto hacia el socialismo del siglo XXI. Bonito fin del conflicto
armado, ¿verdad?
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