OPINIÓN| Por: FERNANDO
LONDOÑO HOYOS| Publicado: junio 3, 2013
Maduro trata de conciliar, después de la ventaja que pudo sacar de la entrevista de Santos con Capriles. Pero Maduro no tiene reversa.
Los chavistas, los
de verde uniforme y los de roja camiseta para los desfiles, están desesperados.
Y necesitan una salida. Necesitan un pretexto, alguien a quien echarle la culpa
de tanta desventura.
Nadie tiene la menor duda de que
Juan Manuel Santos traicionó al Presidente Uribe Vélez el mismo día de su
posesión solemne en la Plaza de Bolívar, en presencia del agraviado, como para
no dejar dudas de su felonía. Y al hacerlo de manera tan pública y notoria,
notificaba a sus nueve millones de electores uribistas, que tomaba su propio
camino, apoyado en fuerzas que juzgaba suficientes para la empresa: políticos
que se venderían, medios de comunicación que se hartarían de mermelada,
izquierda irrestricta, escenario internacional favorable.
Y muchos de esos cálculos le resultaron buenos, habrá de reconocerse. Los
periodistas cantaron las alabanzas que merecía el pacificador con Venezuela; el
barril de los puercos le ha funcionado casi a la perfección; el mamertismo lo
llena de zalemas y a la derecha la controla con amenazas y garrote. Todo bien.
Todo bien, como decía el Pibe Valderrama, para quien alcanzó, como para tantos,
la alhacena repleta que le dejó el Gobierno traicionado.
Los que recibieron lo mejor de la traición, fueron los del
castro-chavismo, los de aquí y los de allá. Cuba se fortaleció políticamente,
Chávez no pareció tan malo ante la prensa de izquierda, y los comunistas
criollos, siempre con Piedad y Cepeda a la cabeza, pasaron del infierno y las
sombras a la efímera gloria de una celebridad insostenible. Y en medio de tanto
disparate, los grandes beneficiarios fueron los de las FARC, esa especie en vía
de extinción, militarmente derrotada, políticamente vencida, detestada por
todos los colombianos.
Claro que nada era gratis. Santos calculó que de ese modo ascendía los
escalones del éxito que ningún colombiano habría logrado. Paz interior,
amistades en el mundo, reputación de Libertador y Prócer. A esos halagos se
rindió y fueron esas las cartas que jugó. El país se iba al diablo, la economía
hacía agua, los programas sociales languidecían, la ejecución de las obras
públicas eran una ruina. Pero no importaba. Ande yo caliente y ríase la gente,
reza el viejo adagio español. Algún premio Nobel en el horizonte, la Secretaría
de la ONU, o siquiera la de la OEA, y como premio de consolación un segundo
período, suyo, lo mejor, o de algún escudero audaz, a lo menos.
Pero entre traidores te veas. Santos creyó que las treinta monedas que le
entregaban en Venezuela eran de plata de Ley, y que podía fiarse del Coronel y
de sus sucesores. Pero no calculaba que la crisis de ese pobre país fuera
colosal, irreparable, devastadora. Cuando la gente no encuentra comida, no hay
credo político que le valga, ni mausoleo que la consuele, ni misiles ni
fragatas, ni tanques que la enorgullezcan. Cuando no enfrían las neveras, ni se
encienden los fogones, ni se prenden los televisores, se pierde el último ápice
de la pasión política. Y cuando todas esas penurias pasan en el país más rico
de América, hasta los más rojos rojitos empiezan a admitir que unos cuantos
vivos se los robaron, y unos ilusos, fanfarrones, manirrotos, les quitaron lo
suyo.
Los chavistas, los de verde uniforme y los de roja camiseta para los
desfiles, están desesperados. Y necesitan una salida. Necesitan un pretexto,
alguien a quien echarle la culpa de tanta desventura. Cualquier disfraz es
bueno a la hora de la farsa. Y Santos viene como anillo al dedo. Porque ha
traicionado a Venezuela, porque le ha quitado soporte internacional, porque ha
alentado una oposición demoníaca, culpable de todas las desgracias. Y se
acuerdan que lo tienen agarrado por el cuello, con el negocio de La Habana. Y
por el cuello lo aprietan, dueños como son de los tahúres y de las cartas.
Maduro trata de conciliar, después de la ventaja que pudo sacar de la
entrevista de Santos con Capriles. Pero Maduro no tiene reversa. Diosdado y la
cúpula militar lo empujarían al cadalso, si fuere necesario. Alguien tiene que
pagar y no serán ellos. A Judas tampoco le recibieron las treinta monedas, cuando
quiso devolverlas. Al traidor se le cierran siempre los caminos del retorno.
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