Nos quieren meter en una licuadora y volvernos batido 'oenegético'. ¿Y la libertad de opinión?
Antonio Salas, en El Palestino (página 439), cuenta, con pelos y señales, pormenores del II Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana (Quito, febrero, 2008).
Él se infiltró y le consta que se trató de un aquelarre terrorista liderado por Farc y Eta. Nadie, hasta ahora, denunció a Salas por injuria y calumnia.
Se clausuró el Congreso, y a los días, cayó 'Raúl Reyes'. Los archivos del capo fueron pródigos en confirmaciones: develó la extendida red de la 'farcpolítica' internacional.
En España, México y hasta Ecuador, la justicia actuó.
En Colombia, no.
Aquí hay jurisprudencia de la Corte Suprema que dice que las Farc obran por motivos altruistas; y a algunos parece lo más sabia y certera la afirmación de que los tipos "matan para que otros vivan mejor".
Meses atrás (julio, 2007), los "comunistas revolucionarios" celebraron, también en Quito, su XIV Congreso. Las Farc fueron vedetes. En la declaración final hubo alto elogio y ofrecimiento de solidaridad con "los insurgentes".
Entre las organizaciones adherentes aparecen seis clandestinas y dos sindicatos legales provenientes de Colombia. Sólo se escandalizó y puso grito en el cielo el vicepresidente.
Yo, columnista, opiné a favor de su denuncia.
Ahora, claro, los 'colectivos' abogadiles están detrás de nosotros.
Nos quieren meter en una licuadora de mil litros y volvernos batido 'oenegético'.
¿Dónde quedaron, entonces, las libertades de opinión y expresión?
¡Olvidémoslas!
Esas son garantías para desinformar, mentir y calumniar (ver mi artículo 'Exculpadores de oficio') a la 'derecha'. Todo lo que digan contra nosotros será aplaudido; lo que digamos nosotros será denunciado.
Un amedrentador aparato de 'colectivos', fiscales y jueces nos caerá a cada instante.
Son como fieras que nunca sueltan la presa y se ensañan sobre la honra y la integridad de cualquiera que ose enfrentarlos.
Es la guerra política que perdimos; que convirtió en carne de cárcel o de sepultura a todos los que ocupamos en los últimos ocho años la dura trinchera institucional, los solitarios torreones democráticos, los baluartes de la civilización, para defender a Colombia de la sórdida amenaza terrorista.
Me aconsejan retractarme de lo dicho porque con ello me zafaré del yugo infamante.
¡Bien! Procedo: digo que los que fueron al Congreso revolucionario no fueron.
¡Ok!, digo que los que adhirieron a la declaración no adhirieron.
¡Sí!, cuando se leyó la ponencia de las Farc, los colombianos presentes se taparon los oídos, y cuando sintieron aplausos, sacaron pitos.
¡Ajá!, nunca en Ecuador hubo reunión alguna de terroristas de las Farc con cómplices, auxiliadores y prosélitos.
Niego que, revisadas las páginas web de las organizaciones firmantes de la declaración, una por una, haya una sola mención exaltadora del terrorismo, ni siquiera de las abundantes acciones y crímenes de las Farc (en 'Gayones Unión Proletaria', los tontarrones no han retirado a los sindicatos firmantes del 2007. ¡Pilas!).
Carta al Tuso # 1:
¡Tuso, obtuso, y no nada difuso! /
¿Quién,¡indolente!, te ordenó sacar a bailar en un baile que nunca hubo, a este ingenuo que no sabe de vos?/
No te conocí ni pensé en conocerte; no me hablaste ni quise ni necesité que me hablaras. /
Declara ante la justicia -¿quién, ¡oh Dios!, es la justicia?- lo que sepas; / que mucho ha de ser. /
No des vuelo a tu imaginación ni dejes que otros, taimados, utilicen tu verbo para destruir vidas y honras. / No repitas falacias, para júbilo de consuetas bigórnicos. /
¿Será, acaso, que pedir eso es ser iluso? /
¡Dios te perdone y guarde, don Tuso! /
Este humilde soldado del combate leal, que algo sabe de acercarse a Él, intercede siempre por vos en sus oraciones.
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