4 de febrero del 2011 | OPINIÓN | Por Paloma Valencia Laserna
De la lectura de diferentes columnistas de opinión, parecería que el uribismo es una fuerza condenada a muerte; que cada día se descompone y se acerca a su disolución.
Los síntomas que se presentan como mortales tienen otras interpretaciones. Dicen que los godos y otros personajes no van a los talleres, pues el barco se hunde. Vale resaltar que Uribe no fue favorito de las directivas políticas; éstas llegaron a su campaña presidencial porque ya su victoria era evidente y no querían perder sus posiciones frente al gobierno. Terminado el ejercicio, es normal que se alejen, ya no hay puestos para repartir. Ello no necesariamente significa que la masa lo haga. Las directivas de los partidos ejercen control sólo sobre aquellos conectados a su maquinaria.
Se dice que las gestiones de Uribe son irrisorias, pues como ex presidente no posee el poder que tenía cuando estaba en ejercicio y por eso las reuniones son simbólicas y vacías. Esta afirmación desprecia la posibilidad de que los debates entre electores y candidatos sean constructivos y parecería abogar por una política más tradicional, donde sólo los candidatos y directivos están comprometidos en el diseño de los programas de gobierno. La metodología de Uribe tiene retos, en especial trascender los discursos huecos sobre las necesidades que todos conocemos: empleo, educación, vivienda, justicia social… para desarrollar estrategias de acción que maximicen los recursos y prioricen lo que para la comunidad es más sensible.
Las elecciones locales permitirán apreciar si el mapa de fuerzas políticas se ha transformado. Nos develarán si el uribismo pervive como fuerza política. En las elecciones, si Uribe no es candidato, su prestigio se medirá de manera residual y pondrá a prueba la existencia de una ideología uribista. Uribe se enfrenta con sus antiguos contendores -el Polo y los liberales. El Polo probará los efectos de los conflictos internos y el desprestigio de la alcaldía de Samuel. Cambio Radical, aliado con los liberales, intentará recuperar los terrenos perdidos y fortalecer la candidatura de Vargas Lleras. Santos no se juega mucho, pues si el uribismo gana, él gana; si, por el contrario, los liberales y Cambio Radical obtienen la victoria, Santos también habrá ganado. Los verdes enfrentarán la necesidad de aparecer en el resto del país y articularse como partido a pesar de las discrepancias internas. Los conservadores en busca de su agenda propia pueden fracasar de manera estruendosa y empezar el camino que tuvieron los liberales bajo el gobierno pasado.
Hay que reconocer que la política colombiana se volvió aburrida desde que Uribe dejó la Presidencia. Los partidos parecen haberse sosegado y la controversia política desapareció. Los proyectos de ley se aprueban sin discusión y los ministros no incomodan a nadie. Tal vez por eso, el retorno de Uribe a la palestra pública genera tanta controversia; tal vez por eso tenemos que seguir escribiendo sobre este hombre que le resucitó la pasión por la política a amigos y opositores.
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