27 de agosto de 2011 | OPINIÓN | Por: María Jimena Duzán
Tengo la suerte de haber
respirado periodismo desde la cuna. Crecí entre tinta de periódico y cierres
mortales, de esos que lo dejan a uno exhausto y sin aliento. Aprendí de mi
padre, el periodista Lucio Duzán, a sentir el hervor de la sangre cuando se produce
una injusticia y a experimentar la liviandad que se deriva de una denuncia bien
formulada; me preparé lo mejor que pude y desde que entré a la Universidad de
los Andes a estudiar Ciencias Políticas sabía que quería dedicarme al
periodismo porque como Albert Camus, creía que ese era el oficio más bello del
mundo; leyendo a Habermas comprendí que para ser periodista no solo se
necesitaba sentir pasión por contar historias, sino que se necesitaba que la
persona que las escribiera fuera un ser libre e independiente, educado a partir
de fuertes cimientos éticos que le permitieran enfrentarse con dignidad a los
grandes poderes políticos y económicos.
Desde entonces he
entrevistado a guerrilleros, a paramilitares, a políticos decentes, a políticos
corruptos, a campesinos valientes, a líderes populares que luego han caído
asesinados y, como les ha sucedido a otros colegas, también he sufrido en carne
propia la violencia. Sin embargo, confieso que en todos estos años en los que
he sido casi que una corresponsal de guerra dentro de mi propio país, nunca se
me pasó por la mente que para mejorar mi carrera tenía que empelotarme en
alguna revista.
Esta reflexión la hago a propósito de la decisión que tomaron las periodistas
que trabajan en La W de salir desnudas en la última revista SoHo, decisión que
desde luego es respetable, pero que no comparto. Y no la comparto, no porque me
aterren los desnudos, como le ocurre al beato procurador Ordóñez –quienes me
conocen saben que soy una mujer
liberal y desinhibida en esos temas–, sino porque me parece que un periodismo
serio como el que dice ejercer La W no puede convertir a sus periodistas en
unos objetos sexuales. Para eso está el periodismo de farándula, cuyas actrices
sí necesitan exponer sus carnes porque eso es lo que vende. Pero el periodismo
serio, que ejerce como contrapoder, que dice estar sustentado en las
convicciones éticas, no puede igualarse al periodismo de cotilleo porque
termina perdiendo credibilidad, que es su principal activo.
Fotografía de SOHO.COM.CO |
Sin embargo, lo que más
me sorprende de esta empelotada en SoHo es que el artículo deja la
sensación en el lector desprevenido de que estos desnudos demuestran lo
arrojadas que son en el periodismo estas jóvenes comunicadoras y lo liberador
que ha sido para varias de ellas desinhibirse de esa forma en la revista. Una
de las periodistas, incluso, dice que después de este desnudo “se siente más
liberada”. (Leer el artículo de SOHO.COM aquí)
Eso, desde luego, es una gran mentira. Para demostrar que uno es una periodista
arrojada y valiente no necesita empelotarse. O es que acaso Jineth Bedoya, la
periodista que fue violada en la cárcel y que de manera valiente contó su
odisea hace poco en un libro, ¿ha tenido que desnudarse? ¿La periodista Martha
Ordóñez, víctima del maltrato intrafamiliar, acaso tuvo que empelotarse para
llegar al Concejo haciendo una campaña que hablaba en contra del maltrato a la
mujer?
Tampoco es cierto que las mujeres periodistas necesiten desnudarse para
demostrar que son arrojadas a la hora de emprender nuevos retos. Ni Juanita
León, directora de Lasillavacia.com ni María Alejandra Villamizar, directora de
confidencialcolombia.com, han tenido que salir en bola para demostrar que son
mujeres audaces.
No, señoras periodistas de La W: el periodismo no se puede volver un
instrumento para convertirse en un objeto sexual, ni tampoco es necesario
destapar nuestra intimidad para volvernos importantes e influyentes. Como
seamos en la cama, a nadie le importa. Sin tetas sí hay periodismo, aunque no
lo crean.
A mí me parece muy bien que la periodista de La W que cubre Palacio tenga como
fantasía sexual tener sexo arrodillada en la misma matera de Yidis –eso afirma
en SoHo–, pero me parece que ese tipo de confesiones le quitan seriedad a su
trabajo y la conminan a ser medida no por sus neuronas, sino por su capacidad
de desatar la libido entre quienes la oyen por la radio.
Probablemente tanto morbo venda. Pero nada de eso tiene que ver con el
periodismo. O por lo menos con el periodismo en que yo creo: aquel que intenta
buscar la verdad, exaltando en sus periodistas las convicciones éticas y no la
libido.
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