4 de septiembre de 2011 | OPINIÓN | Por: Mauricio Botero Caicedo
Al especularse de nuevo sobre la conveniencia de iniciar conversaciones con las Farc, puede ser oportuno repasar algunas falacias conceptuales, falacias que izquierdistas, ONG y extranjeros despistados consideran verdades tan vigentes como incontrovertibles.
La primera falacia es que la guerra contra las Farc no
se puede ganar. Con Uribe ayer y Santos hoy, las Fuerzas Armadas siguen
demostrando que la guerra contra el terrorismo, siempre y cuando exista voluntad
política, se puede ganar. Sólo cuando flaquea dicha voluntad ocurren
estancamientos estratégicos en la confrontación con la guerrilla. Diezmados y
replegados en madrigueras en zonas donde han tenido presencia histórica, las
Farc son incapaces de enfrentar a las Fuerzas Armadas y se limitan a traficar
droga y a esporádicas acciones de alto impacto mediático.
¿Por qué la izquierda se empeña en
difundir el mito de la invencibilidad de las Farc y la futilidad de los
esfuerzos del Estado para derrotarlas? La razón la da en reciente artículo el
profesor de la Universidad de los Andes Román Ortiz: “Sin la amenaza de una
derrota militar sin paliativos, Alfonso Cano y sus
seguidores tendrían oportunidad de repetir la burla que ya escenificaron en el
Caguán”.
La segunda falacia propagada por la
izquierda es que muchas de las condiciones que dieron origen al conflicto no se
han modificado y en algunos casos han empeorado, dando como ejemplo que hoy la
tierra está más concentrada que hace 60 años cuando se conformaron las primeras
guerrillas para luchar contra la concentración de la tierra.
La izquierda no tiene en cuenta dos
realidades. La primera y principal es que Colombia y buena parte del mundo dejó
de ser rural. A principios del siglo pasado, el grado de urbanización en
Colombia no llegaba al 15%. En 1938 era el 30,9%; en 1951, el 38,7%; en 2010 el
75,4% y para 2050 se estima que va a estar cerca del 90%. Al existir una
correlación directa entre el grado de urbanización y la concentración de la
tierra, es más que evidente que a medida que se urbaniza una nación se
concentra la propiedad de la tierra. (En Estados Unidos, menos del 2% de la
población trabaja y es la propietaria de la totalidad de tierra agrícola). Al
ofrecer la ciudad bastante más oportunidades de empleo, recreación, contacto
social, intercambio de ideas, salud y educación, la tendencia de migrar del
campo a la ciudad es irreversible.
Las Farc y sus simpatizantes asumen que
la cantidad de tierra es lo que hace rica a una nación. (Desde esta óptica
Rusia, el país más grande del mundo, debería ser el país más rico y Singapur,
país diminuto, el más pobre. Ocurre todo lo contrario: en términos per cápita,
Rusia es uno de los países más pobres y Singapur uno de los más ricos). La
riqueza de una nación no se mide en metros cuadrados, sino en el acervo de
capital humano (educación, experiencia, conocimientos y capacidad de trabajo de
los ciudadanos); y en la solidez de sus instituciones. En la agricultura
moderna, la propiedad de la tierra ha dejado de tener mayor importancia, siendo
bastante más determinantes las inversiones en tecnología e infraestructura para
alcanzar una producción rentable y eficiente.
Colombia hace muchos lustros dejó de
ser “ese pequeño país de cocaína y café”, como alguna vez despectivamente la
calificó la revista Time. En camino a convertirse en la tercera economía de
América Latina después de Brasil y México, la Colombia del siglo XXI es radicalmente
diferente de aquella del siglo XX.
En vez de negociar los cimientos del futuro, especialmente en educación, salud
y empleo, lo que las Farc y la izquierda retrógrada pretenden es que se negocie
el retorno al principio del siglo pasado en donde el campo tenía un peso
específico que hace mucho tiempo dejó de tener.
maubotcai@yahoo.com
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