8 de noviembre de 2011 | OPINIÓN| Por: SAUL HERNANDEZ BOLIVAR
La muerte de 'Alfonso Cano' es un logro de la política de seguridad democrática que implementó el presidente Uribe y de la que el presidente Santos es el más eximio exponente.
Hay varios elementos que
entorpecen el abandono de la lucha armada.
Mientras
un antiguo guerrillero se apoltronaba en el segundo cargo de la nación, el
bárbaro que comandaba la más nefasta agrupación terrorista del continente caía
abatido por la Fuerza Pública. Pero la simultaneidad de estos hechos no
implica, necesariamente, una paradoja. La pandilla de Petro -el 'presidente'
electo de Bogotá- se cansó de la guerra hace más de dos décadas ya, de manera
que muchos de sus electores -miles- ni habían nacido cuando los compinches del
nuevo alcalde todavía cometían atrocidades como la de quemar el Palacio de
Justicia.
Con
la gente de 'Cano' ha sido distinto. Las Farc han sido una caterva ciega, sorda
y muda. Bueno, no tan muda, más bien de una verborrea cínica y mentirosa,
alejada del sentir nacional. Y de una arrogancia y soberbia tan asombrosas como
para hacerle el asco a una propuesta de rendición del Estado, como la que les ofreció
Pastrana en el Caguán al plantear una constituyente de 50 miembros, en la que
ellos, que no representan a nadie, iban a ser las dos mitades: la una con sus
comandantes y la otra con un hatajo de mamertos escogidos a dedo. No era la
paz, era la entrega de Colombia en bandeja de plata, y estos chiflados, soñando
con un triunfo por las armas -con ingreso victorioso a Bogotá y el pueblo
batiendo pañuelos-, se patrasearon.
Ahora,
diez años después, casi todos los que se creían intocables están muertos y los
que no, no pueden ni dormir esperando que la muerte les caiga del cielo. Pero,
aun así, siguen obcecados en mantener la lucha armada y permanecer cerrados al
diálogo. Al contrario de lo que algunos sostienen, la muerte de 'Cano' no nos
aleja de la paz porque él era un "radical antinegociación", aunque
tampoco hay que hacerse ilusiones, puesto que hay varios elementos que
entorpecen el abandono de la lucha armada.
Entre
ellos están: 1) el negocio de la coca, que les aporta una cantidad enorme de
dinero y ha narcotizado a la subversión convirtiendo a muchos de sus jefes en
simples mafiosos. Y recordemos que a la mafia se entra, pero no se sale; 2) el
apoyo que reciben del extranjero, principalmente el de la revolución
bolivariana, a cuyo abrigo sobreviven varios miembros del Secretariado; 3) el
hecho de que las Farc no buscan una reinserción a la vida civil (ni siquiera
con la impunidad que se está proponiendo a nivel constitucional para que
personajes como 'Cano', con 96 procesos judiciales a cuestas, puedan hacer
política), sino un cambio de modelo social y político, que no es otra cosa que
la pretensión de instituir el más hirsuto marxismo y ganar en el escritorio la
guerra, y 4) el exitoso activismo de extrema izquierda (Movimiento Bolivariano,
Juco, PC3, etc.), que tiene tomados o infiltrados partidos políticos, medios de
comunicación, universidades públicas, ONG y hasta entidades del Estado.
¿Derrotadas?
Hay que ser muy cegato para no ver que, si bien es cierto que los cabecillas de
la guerrilla rural están cayendo, en los centros de poder -y no lo digo por
Petro- la combinación de formas de lucha está dando frutos. Ahí las Farc están
más vivas que nunca.
Y
no nos engañemos: la muerte de 'Alfonso Cano' es un logro de la política de
seguridad democrática que implementó el presidente Uribe y de la que el
presidente Santos es el más eximio exponente. Pero eso no quiere decir que no
haya desmoralización de las tropas, ni que las Farc no hayan recuperado terreno
en los últimos meses.
Una
cosa son los objetivos de alto valor, combatidos -con gran despliegue de alta
tecnología y fina inteligencia- por la Fuerza Aérea y tropas élite del Ejército
y la Policía, y otra muy distinta el mantenimiento del orden público en campos
y ciudades con unos uniformados que hoy les temen más a los fallos judiciales
que a las balas enemigas, y que ya no sienten la mística de luchar por una
causa justa.
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