3 de nov. 2011 | OPINIÓN| Por: FERNANDO LONDOÑO HOYOS
Petro estará siempre dispuesto a culpar el egoísmo de los ricos, antes que admitir su incompetencia.
No es la primera vez que las mayorías cándidas e ineptas se entregan en
brazos de las minorías audaces. Los bolcheviques nunca tuvieron el favor del
pueblo. Y gobernaron la mitad del género humano más de setenta años. Hitler
recibió el poder de Hindenburg en el más bajo momento de su popularidad. Y fue
capaz de una locura que pagaron con su vida más de cincuenta millones de
personas. Los cubanos quedaron rehenes del comunismo sin saberlo. Y Castro
dispone de sus menguados destinos hace cincuenta y dos años. Allende nunca
superó el treinta y cuatro por ciento del electorado. Y Chile no salda todavía
la deuda que costó esa aventura.
Petro ganó con el 32 por ciento de los votos que depositaron los electores del alcalde. Y más del 65 por ciento era claro contradictor de sus iniciativas y su persona. Pero de nuevo surgieron las divisiones insensatas, los orgullos mezquinos, la falta de visión. Y Bogotá ha quedado por cuatro años sometida al gobierno de minorías implacables. La Historia no cambia.
El Polo Democrático tiene arruinada esta ciudad hace ocho años. Primero, con un personaje medio chistoso que presidió un desgobierno absoluto. Y luego con una camarilla dispuesta a gobernar sin vergüenza. Pero ahora viene lo peor. Porque Petro es más ambicioso y más listo que Garzón, y porque la demagogia esencial es más grave que el robo como sistema. Y eso no lo entendieron las mayorías en las urnas, ni los jefes en las campañas. Cada uno insistió en lo suyo y no hubo un ápice de compasión con la suerte de más de siete millones de personas.
Petro nunca administró nada y no tiene entre los suyos quien sepa que administrar es una ciencia que reclama aplicarse con paciencia, con orden, con juicio. Y Petro no tiene paciencia, ya lo vimos, y mucho menos está dispuesto a someterse a un orden y a obrar juiciosamente. Su discurso de victoria es una radiografía del personaje, bastante menos elocuente y diserto de como se lo pregona, pero bastante más peligroso de como se lo supone. No ha empezado su tarea y ya se presenta como el redentor de las masas abandonadas y el jefe para grandes empresas del futuro.
Esas circunstancias gravitarán en su contra, pero sus fracasos lo harán más temible. Porque no hay nada más dañino que un aprendiz de autócrata acorralado por una realidad que no le hace concesiones.
Para ganar la mayoría relativa que obtuvo, que es en verdad una minoría inapelable, Petro acudió al viejo truco de prometer imposibles. Y hará cualquier cosa para demostrar, a la hora del balance, que la culpa no fue suya, sino de quienes se opusieron a sus designios y le cerraron el camino en su carrera hacia el éxito.
Pero mientras llega la hora de las cuentas, alcanzará a causar irreparables daños. La ETB será, al parecer, su primera víctima.
Los accionistas privados, que se tengan fino. De alguna parte tienen que salir los recursos ingentes que requieren las quimeras.
Y los contribuyentes, que se alisten. Petro estará siempre dispuesto a culpar el egoísmo de los ricos, antes que admitir su incompetencia. El endeudamiento vendrá, con su séquito de horrores. No hay nada más caro que administrar ilusiones. Ni nada más sencillo que explicar los desastres por la obra ajena.
Petro ganó con el 32 por ciento de los votos que depositaron los electores del alcalde. Y más del 65 por ciento era claro contradictor de sus iniciativas y su persona. Pero de nuevo surgieron las divisiones insensatas, los orgullos mezquinos, la falta de visión. Y Bogotá ha quedado por cuatro años sometida al gobierno de minorías implacables. La Historia no cambia.
El Polo Democrático tiene arruinada esta ciudad hace ocho años. Primero, con un personaje medio chistoso que presidió un desgobierno absoluto. Y luego con una camarilla dispuesta a gobernar sin vergüenza. Pero ahora viene lo peor. Porque Petro es más ambicioso y más listo que Garzón, y porque la demagogia esencial es más grave que el robo como sistema. Y eso no lo entendieron las mayorías en las urnas, ni los jefes en las campañas. Cada uno insistió en lo suyo y no hubo un ápice de compasión con la suerte de más de siete millones de personas.
Petro nunca administró nada y no tiene entre los suyos quien sepa que administrar es una ciencia que reclama aplicarse con paciencia, con orden, con juicio. Y Petro no tiene paciencia, ya lo vimos, y mucho menos está dispuesto a someterse a un orden y a obrar juiciosamente. Su discurso de victoria es una radiografía del personaje, bastante menos elocuente y diserto de como se lo pregona, pero bastante más peligroso de como se lo supone. No ha empezado su tarea y ya se presenta como el redentor de las masas abandonadas y el jefe para grandes empresas del futuro.
Esas circunstancias gravitarán en su contra, pero sus fracasos lo harán más temible. Porque no hay nada más dañino que un aprendiz de autócrata acorralado por una realidad que no le hace concesiones.
Para ganar la mayoría relativa que obtuvo, que es en verdad una minoría inapelable, Petro acudió al viejo truco de prometer imposibles. Y hará cualquier cosa para demostrar, a la hora del balance, que la culpa no fue suya, sino de quienes se opusieron a sus designios y le cerraron el camino en su carrera hacia el éxito.
Pero mientras llega la hora de las cuentas, alcanzará a causar irreparables daños. La ETB será, al parecer, su primera víctima.
Los accionistas privados, que se tengan fino. De alguna parte tienen que salir los recursos ingentes que requieren las quimeras.
Y los contribuyentes, que se alisten. Petro estará siempre dispuesto a culpar el egoísmo de los ricos, antes que admitir su incompetencia. El endeudamiento vendrá, con su séquito de horrores. No hay nada más caro que administrar ilusiones. Ni nada más sencillo que explicar los desastres por la obra ajena.
Será cosa de ver cómo maneja la Policía
el que quiso tan mal a los policías. Y cómo garantiza la seguridad el que fue
experto en amenazarla. Y cómo logra explicar ante los jueces el tema de su
inhabilidad. Porque el quite torero que el Consejo Nacional Electoral le hizo
al asunto no significa que el tema esté cerrado. Petro fue condenado por porte
ilegal de armas por la justicia penal militar que entonces regía. A su evidente
incapacidad para gobernar, se suma su indiscutible inhabilidad jurídica para
intentarlo.
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