4 de diciembre
de 2011 | COLUMNA | Por: MARÍA ISABEL
RUEDA
Ha llegado la hora de enviar un mensaje político de respaldo a nuestras Fuerzas Militares. Porque a veces parecería que las únicas que están en guerra son ellas.
Los cuentos de que nuestro
Ejército está desmoralizado y "empanicado" no son producto de
locuritas del ex presidente Uribe. Son una realidad. En nuestro Ejército
sienten que los estándares de la justicia que se les está aplicando no
corresponden a la guerra que se está librando, sino más propios de un país que
está en paz. Y ese sentimiento ha producido baja moral, pánico y hasta inercia
militar.
En una encuesta realizada por el Ministerio de Defensa entre la tropa
pasó algo increíble. Ante la pregunta de cuál era la cosa más anhelada de los
soldados y los oficiales, si carro, casa, beca, vacaciones, salario, retiro, la
mayoría respondió: que no nos metan a la cárcel.
Y aquí no estamos hablando de sanciones por actos aterradores como
falsos positivos, ejecuciones, desapariciones forzadas, desplazamientos. Sino
de los simples actos del servicio, fruto del más elemental obedecimiento a las
órdenes del superior, sobre el cual se construye la jerarquía militar.
Voy a poner un ejemplo. ¿A cuántos días estamos de que aparezca una
demanda por supuesta violación del Derecho Internacional Humanitario contra el
soldado que disparó contra 'Alfonso Cano'? Ya han aparecido voces -por ahora
tímidas- que comienzan a plantear que 'Cano', en el momento en que fue dado de
baja, era un colombiano indefenso, sin caja de dientes, sin anteojos,
desarmado, humillado, acorralado y acurrucado debajo de un matorral. Hasta el
arzobispo de Cali pregunta: "¿Por qué no trajeron vivo a 'Cano', cuando se
dieron todas las condiciones de sometimiento de un hombre de más de 60 años,
herido, ciego y solo?". Si traducimos esta pregunta al lenguaje jurídico,
alguien podría llegar a preguntarse: ¿Por qué asesinaron a Cano? ¡Abran ya un
proceso! Pues no se extrañen de que, como están las cosas en el confuso mundo
del fuero militar, lleguemos hasta allá.
Por eso, me parece de máximo interés y oportunidad la reforma de toda la
institución castrense que el Gobierno ha llevado al Congreso. Porque no solo se
trata de reformar el código penal militar, para modernizarlo y actualizarlo de
acuerdo con la evolución de los cánones del DIH, sino de enviar un mensaje
moralizador al Ejército, de que se restablecerá el espíritu del fuero militar
que fue consagrado en la Constitución del 91, algo que se hizo deliberadamente
incluso en el difícil ambiente que para los militares era ese de una
Constituyente presidida por un ex guerrillero como Antonio Navarro Wolf, y con
el M-19 como una de las fuerzas más poderosas de la reforma constitucional que
se emprendía. Pues ese espíritu de respeto por el fuero militar que consagró la
Constitución del 91 se ha ido desdibujando en Colombia a punta de
interpretaciones jurisprudenciales de la Corte.
Nuestras tropas deben tener la garantía institucional de que sus actos
en servicio, en virtud de operaciones militares, están protegidos por el fuero
militar y deben ser objeto de la justicia castrense y no de la ordinaria. Desde
luego, de ese esquema se excluyen los delitos comunes cometidos por los
militares, pero la línea entre lo primero y lo segundo se ha ido perdiendo, y
hoy navegamos en una zona gris muy peligrosa para un país que vive un conflicto
armado interno como el nuestro. La obediencia debida y los actos del servicio
deben ser juzgados de una manera distinta, porque se dan en el marco de una
guerra muy sangrienta que nuestro Ejército está librando cada vez con más
profesionalismo y mayor conocimiento y respeto por el DIH.
Ha llegado la hora de enviar un mensaje político de respaldo a nuestras
Fuerzas Militares. Porque a veces parecería que las únicas que están en guerra
son ellas, mientras el resto del país, incluyendo muy especialmente a las
Cortes, vive en paz.
¡SE ME OLVIDA! Piedad
Córdoba acaba de darles una buenísima idea a las Farc: que a los secuestrados
de nuestra Fuerza Pública los mató el Ejército.
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