28 de abril de 2012 | OPINIÓN | Por: Nicolás Uribe Rueda
La ruta nacionalizadora y populista que eligieron algunos países en América Latina sólo los conduce hacia el fracaso económico y a su consecuencia natural que es la miseria.
Por más elocuente que resulte la exaltación nacionalista, la
historia ha demostrado que para generar empleo, oportunidades y crecimiento se
requiere una vigorosa iniciativa privada.
Lo decía el presidente de México, Felipe Calderón, en su reciente intervención en la Cumbre Empresarial de las Américas: el debate más importante de política pública por el que el mundo atraviesa en la actualidad, es el de cómo mantener o aumentar el crecimiento económico, y si el camino para lograrlo está trazado por el intervencionismo y la estatización o por la promoción de la iniciativa privada y la apertura comercial. Sin ambigüedades, Calderón señaló que la apertura y la libertad económica son las coordenadas correctas en torno a las cuales deben girar el progreso y el desarrollo de nuestros pueblos. Para probarlo, con resultados a la mano, expuso una serie de datos asociados a la productividad y competitividad de los productores y mercados mexicanos.
En otra orilla, y
apenas unos días más tarde, como si se tratara de una segunda independencia, la
señora presidenta de Argentina anunciaba, en un evento plagado de entusiasmo
patriotero, la renacionalización de YPF como instrumento para recuperar la
soberanía perdida, esta vez de manos del imperialismo español. Con la medida,
la señora K. prometía garantizar el autoabastecimiento de combustible, reducir
el precio de la gasolina y apropiar los recursos necesarios para profundizar
las inversiones que requieren nuevos proyectos de exploración y explotación de
hidrocarburos. Su discurso, como todos en el marco de esta ola estatizadora
latinoamericana, estuvo dedicado a subrayar la defensa del interés general y la
eficiencia del Estado (para lo cual puso como ejemplo a su propio gobierno),
mientras estigmatizaba el ánimo de lucro y la iniciativa privada.
Aunque debería ser
obvio, es inevitable advertir nuevamente que de discursos no vive el hombre.
Por más elocuente que resulte la exaltación nacionalista, la historia ha
demostrado que para generar empleo, oportunidades y crecimiento se requieren
una vigorosa iniciativa privada, un Estado de derecho que la protege y una
institucionalidad que constantemente mejora y hace respetar el marco en el cual
se producen bienes y realizan intercambios comerciales. La ruta nacionalizadora
y populista que eligieron algunos países en América Latina sólo los conduce
hacia el fracaso económico y a su consecuencia natural que es la miseria. La
materialización en política pública de la demagógica arenga de la izquierda
radical latinoamericana, lo único que ha logrado es condenar a más generaciones
a vivir en la indigencia.
Los argentinos no
tardarán en comprobar que el precio de la gasolina no bajó y que no hubo
creación, sino pérdida de empleos. Entonces, como ahora, el Gobierno
reaccionará y en otro arranque oratorio, culpará a los enemigos imaginarios de
su propia incompetencia y se pondrá entonces a la tarea de confiscar otra
empresa o a profundizar un conflicto internacional, alegando razones de
soberanía e interés general.
Luego de ver la
historia tantas veces repetirse, confirmamos que la pobreza es terreno fértil
para la demagogia y que los populistas lo saben con holgura. Por ello, cuando
llegan al poder, son los más interesados en que su base electoral no se
erosione y se convierten en laboriosos creadores de pobreza.
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