Farándula, política y justicia tienen sus propios protagonistas y las tres actividades debieran tener cubrimiento periodístico especializado. ¿Qué hay peor que un informe periodístico farandulero cuyo autor se dé ínfulas de ser un experto en política o en justicia?
En la farándula son normales las bajas pasiones (particularmente la envidia y la maledicencia). El chisme es aceite de oliva en el recetario farandulero. Allí no importa la reflexión. Ser suspicaces, hasta el extremo paranoico, es virtud. No tener compasión, encarnizarse, producir dolor y, consecuentemente, llanto, es éxito, paroxismo, olor de multitudes. Cada informe de farándula es darle curso a un rumor, es entrometerse en la vida privada, es juzgar apasionadamente un defecto, es burlarse, es ensañarse. En la farándula pesan, para bien o para mal, los parientes, la belleza, la voluptuosidad de las formas. En la farándula son de recibo comparaciones infames (un consultor político serio, recto y recio (yo), por ejemplo, puede ser comparado por una periodista de farándula con el jefe de una banda de sicarios ('Popeye')). Todo eso da puntos en la información de farándula, pero sería inimaginable en un informador político o judicial.
Como a los jueces los mueve la justicia, el ruido farandulero les es ajeno e ingrato. Como no buscan el poder, no utilizan su propio poder para imponer su voluntad o sus preferencias (filosóficas, económicas, administrativas, o lo que sea). Por eso (y en esto sigo al tratadista Rubio Llorente), los jueces solo hablan a través de sentencias (por más que tengan que morderse la lengua ante los micrófonos). Su escenario no es la tribuna ni el debate público. Para el juez y para el periodista judicial existe la reserva de los sumarios. Para el periodista farandulero esa reserva es una puerilidad. Quien la respeta es un "falto de agallas".
En la política no se aprecia la imparcialidad porque, precisamente, los políticos pertenecen a una parcialidad, colonia, panal, a un partido. Políticos y farándula buscan popularidad y fama. Pero para los segundos son un fin, el objetivo, su realización personal. Para los políticos, en cambio, son simple medio; el fin es el poder, y virtud es obtenerlo y conservarlo. Políticos y periodistas políticos suelen ser serios y cariacontecidos. Son como pez en el agua en el uso de la palabra, en la reflexión y el análisis. El periodista de farándula, al contrario, solo hace descripciones.
¿Por qué Colombia se convirtió en reino de la farándula? El fiscal Iguarán daba su trono por un titular; otro dice ser capaz de meter a la cárcel a un justo para evitarse que "lo asen los medios"; el director de la Policía (órgano supremo de la inteligencia del Estado y auxiliar de la justicia) esparce rumores en cocteles diplomáticos como moneda de cambio que le permita gozar de "buena prensa" farandulera; no importa que sea a costa del buen nombre de políticos de "carácter recto y recio".
Haberles dado el protagonismo a los faranduleros nos perdió. El análisis quedó en manos del director de una revista porno; las providencias judiciales se toman de acuerdo con las necesidades de llenar espacios noticiosos o de modificar la correlación de fuerzas políticas. Hasta las capturas, un episodio trágico en la vida de las personas, son ahora parte del show mediático.
La tapa del cóngolo farandulero y de la parcialidad política la puso un fiscal. Ha citado a un show contra mí el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Veremos cómo reaccionarán la farándula y la política extremista (unidas en un beso mediático) con las pruebas recopiladas por Jaime Restrepo Restrepo y Lorena Leal (colectivo de abogados liberales) y por mí. La histeria va a ser como una "jaula de las locas".
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