13 de noviembre de 2011 | OPINIÓN | Por: Rafael Nieto Loaiza
Los estudiantes lo entendieron a cabalidad: de nuevo, el ejecutivo cede cuando le muestran los dientes.
“El
pronunciamiento hecho por Juan Manuel Santos ha demostrado que ha sido acertado
adelantar el Paro Nacional Universitario para alcanzar nuestro objetivos”,
reiteraba la Mesa Amplia Nacional de Estudiantes en su respuesta a la solicitud
del gobierno de cesar el movimiento.
No
hablaré acá del contenido y pertinencia de la reforma educativa, que deberá ser
tema de otra columna. Me interesa resaltar la otra cara del asunto: fue el paro
lo que movió al Gobierno a retirar el proyecto de reforma a la ley 30 de
Educación Superior. Los estudiantes lo entendieron a cabalidad: de nuevo, el
ejecutivo cede cuando le muestran los dientes. Ocurrió, y son sólo un par de
ejemplos, frente los camioneros con la tabla de fletes, con las cortes en la
reforma a la justicia, o frente a la USO en las protestas de Puerto Gaitán.
En
todos los casos quedó demostrado que el Gobierno, si se le plantan, cede. El
mensaje del Ejecutivo es equivocado porque no muestra un gobierno dialogante,
como quizás cree el Presidente que se entiende su mensaje, sino temeroso y
propenso a ceder ante las demostraciones de fuerza y las vías de hecho.
Y
es inexplicable. Nunca, ni siquiera con Uribe, un Gobierno había acumulado tal
capital político y fortaleza. Su popularidad es más del 80%, controla el 90%
del Congreso y sólo un Polo asfixiado y paupérrimo se le opone entre los
partidos, y los columnistas y los medios de comunicación, con contadísimas
excepciones, están rendidos a sus pies.
De
manera que no es por debilidad o porque vea amenazada la gobernabilidad que el
Ejecutivo cede. Es de suponer que lo hace porque cree en el consenso como
política. Y el consenso no sólo es imposible, sino indeseable.
Primero, porque en una sociedad de cuarenta millones de habitantes nunca es posible alcanzarlo. Siempre habrá algunos que no estén de acuerdo. Ello no sólo es posible en una democracia, sino necesario para su buen funcionamiento. El disenso, los puntos de vista diferentes, la dialéctica son fundamentales para encontrar los óptimos, las mejores soluciones.
Primero, porque en una sociedad de cuarenta millones de habitantes nunca es posible alcanzarlo. Siempre habrá algunos que no estén de acuerdo. Ello no sólo es posible en una democracia, sino necesario para su buen funcionamiento. El disenso, los puntos de vista diferentes, la dialéctica son fundamentales para encontrar los óptimos, las mejores soluciones.
Después,
porque la búsqueda permanente del consenso se traduce necesariamente en la peor
de la opciones, la del mínimo denominador común, que es el espacio obvio donde
se encuentran el mayor número de posiciones. De manera que sobre la hipótesis
del consenso nunca se consiguen avances sustantivos.
Además
porque da poder de veto a las minorías y se privilegian las posiciones de
fuerza. Es exactamente lo que ha ocurrido en este caso: un grupo minoritario de
estudiantes, altamente ideologizado y con capacidad de movilización, bloquea la
Capital y las universidades públicas, en contra de la posición de una mayoría
que no quería el paro ni poner en riesgo la finalización del semestre
académico.
Finalmente,
porque cediendo ante las demostraciones de fuerza de las minorías el Gobierno
se hace vulnerable y, ahora sí, más débil, al establecer un precedente que
invita a la repetición de las vías de hecho, del bloqueo y el paro como
mecanismos para negociar.
Ahora
bien, el capital político es para gastarlo. Acumularlo no tiene sentido. Si el
gobierno hizo la tarea y no está improvisando con la reforma, sentarse a
negociar obligado por la fuerza sólo podrá significar el sacrificio de
propuestas que, de haber salido adelante, hubieran ido en beneficio de la
educación superior en Colombia. ¿Acaso no valía la pena dejar a algunos
descontentos?
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