7 de noviembre de 2011 | OPINIÓN| Por: MAURICIO VARGAS
'Alfonso Cano' mató y murió por nada y para nada. Su grupo criminal se deshace en migajas.
El golpe contra Cano no fue de suerte: cuatro años de acoso.
La caída, durante un ataque a su campamento, del máximo jefe de las Farc, 'Alfonso Cano', marca un indiscutible éxito de la política de seguridad impulsada por el presidente Álvaro Uribe entre el 2002 y el 2010, y continuada por su sucesor, Juan Manuel Santos. Si Uribe no hubiese creído que era posible derrotar a la guerrilla, y si no hubiese convencido de eso al país con discursos y resultados, ninguno de los contundentes golpes propinados al grupo terrorista habría ocurrido. Y si Santos, después de los errores iniciales que permitieron un rebrote guerrillero, no hubiese sostenido el cerco contra el líder de las Farc, 'Cano' seguiría vivito y matando.
Ahora que Uribe y Santos
andan de pelea, en cumplimiento de la maldición que desde Bolívar y Santander
ha condenado a este país a que las relaciones entre sus presidentes
consecutivos terminen siempre a sombrerazos, es bueno recordar que el mejor
aliado que Uribe encontró para desarrollar su política de seguridad fue el
entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Y recordar también que Santos
no habría llegado nunca a Presidente si Uribe no le hubiese dado la oportunidad
de ocupar esa cartera, justo cuando las Fuerzas Armadas estaban listas para
derrotar a las Farc.
Por fortuna para
Colombia, mientras los dos líderes políticos peleaban, los comandantes de las
tres fuerzas y de la Policía trabajaban de manera coordinada, en especial desde
la llegada al ministerio del joven Juan Carlos Pinzón hace dos meses. El golpe
contra Cano no fue de suerte: cuatro años de acoso obligaron al jefe terrorista
a abandonar su tradicional refugio del cañón de Las Hermosas, en el oriente de
la cordillera central, para exponerse en una zona mucho menos segura, en el
norte del Cauca, donde encontró la muerte. Al confirmarse la noticia hubo alegría. Y es explicable: además de los 11 diputados del Valle, cuya muerte 'Cano' mismo decidió, miles de colombianos inocentes murieron por cuenta de él, cientos de menores de edad fueron reclutados por sus hombres, miles soportaron la tortura del secuestro, miles de soldados, policías e infantes cayeron en sus emboscadas, miles de millones de pesos desaparecieron de las arcas públicas por el saqueo de las Farc en sus zonas de influencia, y miles de toneladas de cocaína producidas bajo su amparo alimentaron el mercado y enriquecieron a los carteles más sanguinarios del mundo.
Es un prontuario aterrador, un perfil muy alejado del intelectual que algunos ingenuos pretendían vendernos. Conocí a 'Cano' en 1991 en Caracas, durante los diálogos entre la guerrilla y el gobierno de César Gaviria. Yo no vi en esas semanas al intelectual del que tanto hablaban. Sólo al cínico que condujo las conversaciones de manera que no avanzaran ni un milímetro.
Pero debo decir que, después de la euforia inicial que produjo la noticia, explicable -repito- por tanta sangre derramada en el pasado y tanta sangre ahorrada en el futuro, me sobrevino un desasosiego. Ese personaje dedicó 33 años de su vida a matar, a secuestrar, a traficar cocaína. Lo hizo al principio con el trasnochado cuento de una revolución que ya fallaba en medio planeta. Y lo siguió haciendo después, más por inercia criminal que por ideología, hasta el viernes pasado.
Varias veces tuvo la oportunidad de recorrer el camino de la paz, el mismo que condujo a Gustavo Petro de la guerra al segundo cargo de elección popular del país. Prefirió seguir matando. Ya no sabía hacer otra cosa. Qué desperdicio de vida, qué cantidad de violencia inútil desatada. ¿Y las Farc? Sus migajas desperdigadas seguirán en sus andanzas, debilitadas, sin mando unificado, convertidas en otras 'bacrim', en un proceso que, el sábado, el procurador Alejandro Ordóñez definió con tino como "la desintegración molecular" del grupo terrorista.
mvargaslina@hotmail.com
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