11 de febrero de 2012 | La Claridad | Por: Paloma Valencia Laserna
De un tiempo para acá algunos consideran que la diplomacia acertada es mantener las relaciones con todos los agentes sin consideraciones; ser amigo sin importar, ni cuestionar.
Cada
día que pasa se hace más evidente que podría haber equivocaciones que harían
insostenible la amistad con semejantes vecinos.
Muchos
colombianos se han mostrado satisfechos con las gestiones que ha realizado la
canciller Holguín en lo que se refiere al manejo de las relaciones con los
gobiernos vecinos de Venezuela y Ecuador, que durante el gobierno Uribe fueron
tensas, cambiantes y difíciles. Discrepo de quienes alaban sus gestiones y
parece que con cada día que pasa se hace más evidente que podría haber
equivocaciones que harían insostenible la amistad con semejantes vecinos.
Colombia
tiene una larga tradición de buenas prácticas en la diplomacia, pero de un
tiempo para acá algunos consideran que la diplomacia acertada es mantener las
relaciones con todos los agentes sin consideraciones; ser amigo sin importar,
ni cuestionar. Habría que evaluar semejante postura que convierte a la
diplomacia en algo que pretende agradar a todos. Creo que la diplomacia implica
mantener las relaciones y mejorarlas al servicio de los intereses nacionales. Y
no sólo eso, hay principios sobre el “deber ser del mundo” que tienen que regir
esas relaciones. La diplomacia también debe atender a las sutilezas políticas
de que son capaces los Estados que alientan posturas contra el modelo nacional
o contra Estados que apoyan el terrorismo o que tienen ánimos bélicos; se
pueden emitir críticas y pronunciamientos. Estamos viendo cómo la alta
diplomacia es capaz de consolidar acuerdos para que mediante resoluciones de la
ONU se descalifiquen los gobiernos hostiles o incluso a aquellos que atropellan
los propios nacionales. La alta diplomacia actúa contra lo que es injusto.
La
diplomacia que se limita a tragarse sapos no parece sana. Tener liderazgo no es
decirle sí a todos a pesar de lo que hagan, ser líder tiene que atender los
intereses nacionales y convencer a la comunidad internacional de la necesidad
de apoyar nuestras causas. Por mencionar sólo algunos hechos recordemos el
nombramiento de Rangel Silva como ministro de Defensa de Venezuela; un
personaje señalado por el propio ‘Raúl Reyes’ en sus correos como amigo y
alcahueta de las Farc; y eso que la Fiscalía no ha dado a conocer el contenido
de los computadores del ‘Mono Jojoy’ y de ‘Cano’ (¿Cuándo conoceremos su
contenido?).
Tratamos de
ignorar temas tan delicados como los campamentos de las Farc en Venezuela y las
denuncias sobre la presencia de ‘Timochenco’ en ese territorio, pero hoy los
desmovilizados aseguran que ‘Timochenco’ está allá, los informes muestran cómo
los vueltos del narcotráfico utilizan ese país, se le incautan misiles
antitanque -de origen ruso- a las Farc, en fin. Es claro que el vecino, a lo
menos, no combate las Farc; un grupo terrorista que vuela los pueblos y asesina
a los colombianos, convirtiendo este enero en el más violento de los últimos
ocho años.
El Alba que
exige la presencia de Cuba en la Cumbre de las Américas. EE.UU. fijó su
posición cuando dijo que Cuba no cumple los requisitos para hacer parte del
evento, pues no es una democracia. La Canciller insiste en que Cuba quiere
asistir; pero la diplomacia de los implicados es diferente; los EE.UU. no
aceptan el régimen de los Castro; y nuestros mejores amigos quieren imponer su
posición, así que nos dejarán seguramente, plantados.
¿Qué
beneficios nos dejan estas amistades? A quienes insisten en comercio,
exportaciones y empleos habría que preguntarles: ¿será que la vida y la
libertad de algunos compatriotas valen menos que esos negocios? No se debe
olvidar que los secuestrados, los muertos y los atentados causados por las Farc
afectan a muchos ciudadanos, que aunque estén distantes y sean humildes, son
colombianos cuya tragedia conmueve y solidariza a la nación colombiana.
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