22 de mayo de 2012 |OPINIÓN| Por: Ernesto
Macías Tovar
Conocidos los resultados electorales de la primera vuelta presidencial, en mayo de 2010, un dirigente de La U que conocía bien al candidato dijo premonitoriamente a varias personas de la campaña: ‘Juan Manuel Santos traicionará a Uribe…
..resucitará
al liberalismo para convertirse en su jefe; y firmará un pacto con las Farc, al
precio que sea'.
No era fácil creerle.
Hoy los hechos le dan la razón. Miremos la tercera hipótesis: desde
su discurso de posesión, no antes ni en campaña, Santos mostró su obsesión por
negociar con los terroristas; “la puerta del diálogo no está cerrada con
llave”, dijo. Y fue más allá, se alió con los bienhechores de las Farc al colmo
de bautizar a su otrora archienemigo como “nuevo mejor amigo” porque los
cabecillas de esa guerrilla se refugian en Venezuela. Así mismo, en un
repentino viaje a Cuba, Santos visitó a los Castro para implorarles ayuda en su
pretendido diálogo con el grupo terrorista. Y en un acto que debió calificarse
de apátrida puso a la Canciller a enviar un mensaje contra Colombia a propósito
del litigio con Nicaragua, esto con el fin de extasiar a Ortega, otro camarada
de las Farc.
Además, consecuente con su delirio de firmar algo con las Farc y apoyado en la solidaridad retributiva de las mayorías del Congreso, tramitó el adefesio de acuñar en la Constitución la frase “conflicto armado” a pesar de los riesgos y peligros que eso significa. Y para completar el capricho, Santos endulza hoy a los congresistas para sacar adelante el llamado “marco para la paz”, otro esperpento constitucional que pretende arropar con impunidad a terroristas y, por consiguiente, habilitarlos políticamente. Es un disfraz que oculta amnistía e indulto. Una manera de burlar que a la luz del DIH, los autores o partícipes de delitos de terrorismo y secuestro, en cualquiera de sus modalidades, no pueden ser favorecidos con aquellos beneficios. Ese proyecto, impulsado por congresistas del “santismo coyuntural”, no es cosa distinta que una norma general con las puertas abiertas para su aplicación subjetiva.
Esto en manos de quien juega al azar puede convertirse en arma de doble filo para las instituciones. Y el mayor peligro es que hoy estamos en manos de la frialdad y el cálculo del jugador. Para nadie es un secreto que el presidente Santos aplica sus habilidades de tahúr a su suerte política y para el jugador inclemente no importan los medios sino el fin. Santos está obsesionado por firmar un pacto con las Farc, cuéstele lo que le cueste, al país. Prueba de ello es que no se inmuta frente a la cruel ofensiva terrorista que ha regresado.
Los arrojos del jugador no tienen límites y su lenguaje corporal casi siempre
es indescifrable. De ahí los riesgos. Santos tiene sobre la mesa su reelección
y con las encuestas bajando se va a jugar los restos apostando en una sola mano
todas las fichas que le quedan; y el as bajo la manga -firmar con las Farc- lo
sacará en cualquier momento sin importar qué peligros hay del otro lado. Y la
manga que esconde el as en este caso es el “marco para la paz” que se viene
aprobando a ojo cerrado, a pesar del grave daño sobreviniente. Además, consecuente con su delirio de firmar algo con las Farc y apoyado en la solidaridad retributiva de las mayorías del Congreso, tramitó el adefesio de acuñar en la Constitución la frase “conflicto armado” a pesar de los riesgos y peligros que eso significa. Y para completar el capricho, Santos endulza hoy a los congresistas para sacar adelante el llamado “marco para la paz”, otro esperpento constitucional que pretende arropar con impunidad a terroristas y, por consiguiente, habilitarlos políticamente. Es un disfraz que oculta amnistía e indulto. Una manera de burlar que a la luz del DIH, los autores o partícipes de delitos de terrorismo y secuestro, en cualquiera de sus modalidades, no pueden ser favorecidos con aquellos beneficios. Ese proyecto, impulsado por congresistas del “santismo coyuntural”, no es cosa distinta que una norma general con las puertas abiertas para su aplicación subjetiva.
Esto en manos de quien juega al azar puede convertirse en arma de doble filo para las instituciones. Y el mayor peligro es que hoy estamos en manos de la frialdad y el cálculo del jugador. Para nadie es un secreto que el presidente Santos aplica sus habilidades de tahúr a su suerte política y para el jugador inclemente no importan los medios sino el fin. Santos está obsesionado por firmar un pacto con las Farc, cuéstele lo que le cueste, al país. Prueba de ello es que no se inmuta frente a la cruel ofensiva terrorista que ha regresado.
Publicado: Mayo 23, 2012
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