OPINIÓN | Por: PLINIO APULEYO MENDOZA | Publicado: sep. 14, 2012
Reaparece en Colombia, es dueño de gobiernos en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua y se hace notar en las políticas de Cristina Fernández y en el Foro de São Paulo.
Con
sus complejos socialistas.
Carlos Alberto Montaner, Álvaro Vargas Llosa y yo pensábamos haberlo
despachado para siempre. Pero ahí está. Ha vuelto. Está en las universidades
tirándole papas explosivas a la policía. Incluso, cosa grave, en la Javeriana y
en los Andes. Sus tesis reinan en muchas columnas de prensa, en centros
académicos, en cúpulas sindicales, en el Congreso y en los partidos con
filiación de izquierda. Pero lo que menos esperábamos es que ahora, gracias a
las exigencias de 'Timochenko', esas tesis y sus correspondientes propuestas
serán tema central en la mesa de negociaciones de paz. Nada menos.
Nos referimos, por
supuesto, al perfecto idiota latinoamericano. Aunque parezca increíble dado el
duro epíteto que con Montaner y Álvaro le colgamos en nuestro difundido Manual,
a este personaje lo tratamos con algo de afecto recordando que a los veinte
años muchos fuimos idiotas. Dejamos de serlo cuando descubrimos que las ideas
que en los ámbitos universitarios nos embelesaban hoy han sido derrotadas por
la realidad.
¿Cuáles son ellas?
En primer término, muchas de la vulgata marxista, que todo lo explica por la
lucha de clases. De acuerdo con esta visión, los grandes responsables de
nuestra pobreza eran dos funestos aliados: el imperialismo y los ricos,
agrupados bajo la etiqueta de burguesía, llamada luego oligarquía.
Como lo escribimos
en nuestro Manual, si a este personaje pudiéramos tenderlo en el diván de un
sicoanalista, descubriríamos en los pliegues más íntimos de su memoria las
úlceras de algunos complejos y resentimientos sociales exasperados por la
imagen de los ricos, de sus clubes, mansiones y fiestas. Entonces, el marxismo
y todas sus variantes acaban por atraparlo.
Aunque con el tiempo
estos sesgos ideológicos no le impidan sumarse a partidos de estirpe
democrática, nuestro perfecto idiota sigue fiel a ciertas convicciones. Por
ejemplo, su gusto por las nacionalizaciones, su freno a las multinacionales, su
clamor por un reparto de la tierra que impida grandes propiedades agrícolas y,
sobre todo, una redistribución de la riqueza a cargo del Estado, ignorando que
lo que este recoge por la vía de los impuestos termina sólo engordando a la
burocracia. Nuestro personaje, además, nunca culpa al gasto público por el
incremento de la deuda externa, sino a la voraz banca internacional. Y a
quienes defendemos la economía de mercado y sostenemos que el desarrollo y el
empleo sólo los crea una buena gestión de las actividades empresariales y una
educación de visos tecnológicos -modelo contrario a lo ocurrido en la Cuba
castrista y en la Venezuela chavista- nos llama "neoliberales" y
partidarios del capitalismo salvaje.
Si nuestro idiota
pertenece al mundo político, la palabra mágica que lo acompaña siempre es
"lo social". Siempre buscará parcelas burocráticas a la sombra del
poder y todo lo confía en subvenciones, ofertas populistas y reformas
constitucionales. Considera además escandalosa la inversión privada en la
educación y a la guerrilla la llamará comprensivamente "la insurgencia
armada", aunque mate, secuestre, robe y extorsione o torture.
Con este bagaje,
nuestro perfecto idiota reaparece no sólo en Colombia sino en el continente. Es
dueño de gobiernos en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua y se hace notar
ahora en las políticas de doña Cristina Fernández en Argentina y en el poderoso
Foro de São Paulo. Y con la ayuda de este contexto continental, que por primera
vez le es favorable, 'Timochenko' no pone sobre la mesa de negociaciones el fin
del terrorismo, sino un modelo propio de la vanguardia revolucionaria del
idiota que deja fuera de juego los tres huevitos de Uribe y las locomotoras de
Santos. ¿Quién iba a imaginar que a la paz se le fijara este precio?
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