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Haciéndose pasito


14 de octubre de 2011 | COLUMNA | Por: Luis Guillermo Restrepo Satizabal

Se produjo fue una negociación para “hacerse pasito”. Tal parece que las heridas de la parapolítica, las ambiciones políticas de algunos magistrados y el espionaje que los convirtió en mártires, están en el trasfondo del asunto.
Lo que pasó en la comisión constitucional del Senado nos dio la pauta de lo que serán los restantes debates: la Reforma a la Justicia será otro acuerdo más para resolver la eterna pugna por el poder entre magistrados, legisladores y gobernantes.
El presidente Juan Manuel Santos recibió aclamaciones cuando anunció su proyecto. Con insinuar cambios en la tutela, el retiro de las Cortes de la elección de funcionarios como el Fiscal General y el fin del malhadado Consejo Nacional de la Judicatura, Santos había tocado puntos sensibles de la realidad colombiana. Ni más ni menos que la vigilancia y administración de la Justicia y la limitación a las ambiciones de poder de algunos magistrados de la Corte Suprema.
Aunque en el proyecto no tenía propuestas para acabar con los obstáculos que impiden a los ciudadanos del común el acceso a una justicia cumplida, era un avance lograr que se hablara de asuntos que parecían vedados. Esa sensación se aumentó cuando los magistrados se negaron a aceptar el consenso, señal de que iba por el camino correcto.
Otra cosa es lo que salió del primer debate, cuando se produjo el consenso que pedía el presidente Santos. Lo que no se supo fue cómo se logró. Y lo notorio fue la forma en que los magistrados continuarán haciendo política mientras se jalan las mechas en sus bochornosas peleas por la tutela. Además, fue evidente que la Corte Suprema estaba negociando su poder con quienes pueden ser objeto de su juicio.
Y se notó el afán de mostrar que el consenso era posible para lograr un resultado, fuera el que fuera. O, ¿cómo puede explicarse que la tutela no haya sido tocada, ni siquiera para resolver el choque entre las Cortes que destruye la estabilidad jurídica del país? ¿Y qué explicación tiene mantener el Consejo Nacional de la Judicatura a pesar de las vergüenzas que protagoniza? Ni qué decir de la propuesta para acabar la Comisión de Acusaciones mediante la creación de una entelequia que nadie entiende, con la cual los magistrados podrían elegir quién los investigue.
Llama la atención que la morosidad crónica de la Justicia, la impunidad en materia penal y la permanente duda en materia civil y administrativa, se haya usado sólo para justificar el aumento del presupuesto y para reclamar una emergencia, ¡otra más!, que permita “descongestionar los juzgados”. Eso es buscar la calentura en las sábanas. O sea, nada de encontrar las causas y corregirlas, o de exigir resultados a los causantes. Ahora hay que negociar con ellos para apaciguarlos.
Lo que se produjo fue una negociación para “hacerse pasito”. Tal parece que las heridas de la parapolítica, las ambiciones políticas de algunos magistrados y el espionaje que los convirtió en mártires, están en el trasfondo del asunto. No de otra manera se explica que juristas respetables como el ministro Juan Carlos Esguerra acepten la aberración de convertir a litigantes y notarios en jueces sin derecho a ordenar pruebas.
Se dirá que quedan siete debates y un año para deshacer el entuerto. Eso podría pensarse si en la Comisión Primera del Senado se hubiera escuchado el clamor de la gente y los jueces aceptaran que su forma de actuar le hace daño a la Justicia. Y si la reforma no se usara para resolver las disputas entre los poderes públicos, una de las razones por las cuales el Estado no es capaz de acabar con la violencia y la criminalidad en Colombia.

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