7 de marzo de 2012 | COLUMNA | Por: FERNANDO LONDOÑO
HOYOS
Se fue la Fiscal de Hierro. Para algunos quedan sus palabras. A otros nos bastan sus silencios.
"Para
verdades, el tiempo y para justicias, Dios". José Zorrilla
Estamos agradecidos
con la señora fiscal Morales. En su despedida de comedia nos quiso dejar
resueltos todos los enigmas y satisfechas todas las dudas. Suponemos que lo
hizo a propósito. Y por eso se lo agradecemos.
En la escena, que nadie le pedía, dejó establecido el papel principalísimo que
en los asuntos de su despacho representaba su marido. Sin importarle su
dramática confesión de culpabilidad en el asalto al Palacio de Justicia;
pasando por encima de su azaroso trasegar por la guerrilla; volteando la hoja,
como ahora se dice, de sus cercanías con el Eln y de sus entusiastas servicios
a la noble causa de 'Macaco', Mancuso y 'don Berna', la Fiscal lo puso en la
primera línea del proscenio. Para que supiéramos a quién agradecerle tantos
favores recibidos.
Nada se guardó la Fiscal de sus odios, con lo que nos ahorró la tarea de
descubrirlos. Como tampoco economizó la exaltación de sus entusiasmos,
cercanamente emparentados con todos esos odios que su corazón de buena
cristiana apacienta. Nada hizo más grande que perseguir a Andrés Felipe Arias,
acusado de firmar sin licitación un contrato con la OEA, y a Bernardo Moreno,
quien carga la culpa de pedirles a dos periodistas que rectificaran una noticia
incorrecta, y a Luis Carlos Restrepo, que a falta de otro cargo termina
perseguido por tráfico y fabricación de armas. Parece que el distinguido
siquiatra tiene especialidad en el diseño, construcción y puesta a punto de
ametralladoras y morteros. Más de un año y de 28.000 empleados a su servicio le
alcanzaron para eso. Quién sabe lo que hubiera pasado si la dejan tres años
adicionales enderezando entuertos y desfaciendo agravios.
Pero en el juego de paradojas que ella maneja, doña Viviane pobló su discurso
de silencios. Por ejemplo, nada nos dijo de lo que hizo para resolver el
misterio del microtráfico de estupefacientes, que tiene incendiada a la
sociedad colombiana. Tampoco supimos de la marcha de sus investigaciones contra
las llamadas bandas criminales, que azotan el país entero. Ni avanzó un paso
para que supiéramos por qué andan enloquecidas las Farc, o lo que de ellas ha
quedado, destruyendo pueblos, asaltando caminos, volando oleoductos, asesinando
gente indefensa.
Lástima, también, se guardó el secreto de las hazañas de su Despacho en la Extinción
de Dominio de los bienes de los delincuentes. Como nada hemos sabido sobre la
materia desde su posesión, hubiera sido esta la hora de sacudirnos con sus
éxitos gloriosos.
Creíamos llegado el momento de poner en evidencia a los que desde la sombra
urdieron la trama de la estafa de DMG, la mayor que se ha cometido en
Latinoamérica, y que dejó sin blanca a centenares de miles de familias pobres y
medianas. Nada dijo sobre el tema, tal vez de puro discreta. Hubiera disgustado
a algunos de los conspicuos abogados que tiene más cercanos a su corazón.
La señora de Lucio participó en la denuncia del robo de cuatro y medio billones
de pesos de la salud, acontecimiento que habría tenido lugar, cómo no, en la
época de Uribe Vélez. Le tocó el turno de la partida y al parecer las pesquisas
en firme van como en treinta o cuarenta millones de pesos, de dudoso extravío.
Entre los afanes y las lágrimas del adiós, nos dejó a oscuras sobre la marcha
del proceso que supuestamente adelantó contra Ángela María Buitrago, la fiscal
que se inventó un testigo para condenar al coronel Plazas Vega. Y nada nos dijo
sobre los testigos histriones que han sido sorprendidos mintiendo sin compasión
ni medida en procesos cruciales, la mayoría contra políticos amigos de Álvaro
Uribe o contra oficiales de las Fuerzas Militares.
Se fue la Fiscal de Hierro. Para algunos quedan sus palabras. A otros nos
bastan sus silencios.
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