6 de marzo de 2012 | OPINIÓN | Por: FERNANDO LONDOÑO
HOYOS
El Cauca es un
campo de batalla; sacar un barril de petróleo del Caquetá, una hazaña; el Chocó
está secuestrado; Arauca, como en sus peores épocas…
Cuando anda el gobierno del presidente Santos en el 40% de su vigencia, son inevitables los primeros balances. La última encuesta de Invamer Gallup es un buen motivo, porque tiene la virtud de denunciar alta la imagen del Presidente, y muy baja la de sus ejecutorias.
Es una contradicción
que explica la carga de publicidad oficial y para oficial, pagada con el dinero
de todos, claro está, que lamentablemente no alcanza sino para medio sostener
al Jefe, cuando la estantería se derrumba.
Los colombianos se
sienten en las peores horas de la inseguridad. La de las ciudades es dramática,
y la de los campos, tan mala como en vísperas del Gobierno Uribe, hasta ahora y
por fortuna no totalmente extendida por la geografía nacional. El Cauca es un
campo de batalla; sacar un barril de petróleo del Caquetá, una hazaña; el Chocó
está secuestrado; Arauca, como en sus peores épocas; la región del Catatumbo,
en Norte de Santander, está perdida; Cali, rodeada de guerrilla por todas
partes; la región del Pacífico arde entre explosivos y cocaína; y la frontera
del Ecuador sirve para que miles de colombianos busquen la paz en el destierro.
Llenos de billones
por todas partes, no hemos sido capaces de construir las casas que perdieron
miles de desgraciados en la temporada invernal de hace un año. El consuelo para
ellos está en que la culpa es de los alcaldes y no del gobierno central. Así
serán menos malas las noches en los infames campamentos de miseria, suponemos.
Tampoco han valido
los billones para que resolvamos el problema de la doble calzada a Girardot, ni
el problema de la doble calzada a Tunja. En la primera, porque está de por
medio el señor Char, y al ministro Vargas Lleras no se le puede tocar al mejor
amigo. Y en la segunda, no sabemos quién está de por medio. Y esas son apenas
perlas para la muestra. No hay ni señales de mejoramiento en nuestra
infraestructura, la peor de América, sea dicho con perdón.
La producción
agropecuaria viene empezando un peligroso proceso de caída libre. Ya lo
entendió el ministro Restrepo, solo ocupado en perseguir furiosamente a los
terratenientes, excepto a los de Ubaté, porque a nadie le gusta que el tiro le
pegue en el pie. La culpa tampoco es del gobierno. Será del Banco de la
República por subir las tasas de interés. Las mismas que por crecientes demuestran
que la política económica es la mejor del mundo.
Las exportaciones
son muy altas, nos dicen con gran orgullo. Callando, o diciendo muy quedo, que
se explican en más del setenta y cinco por ciento por las ventas de minerales.
Volvimos, 45 años después, a la mono exportación que combatió Carlos Lleras
Restrepo. ¡Y dicen que no hay milagros económicos!
Las importaciones
suben a ritmo de vértigo. Sin contar la sub facturación que nadie menciona, tal
vez porque no se mienta la soga en casa del ahorcado. Y detrás de esa cifra
fabulosa, que supera de verdad y con mucho los sesenta mil millones de dólares
anuales, está la tragedia de miles de pequeños y medianos negocios que se
cierran todos los días, asfixiados por la competencia internacional que llega promovida
por la moneda más dura del mundo.
La mermelada alcanza
para toda la tostada, dijo nadie menos que el señor Ministro de Hacienda. El
gobierno nada en la abundancia. Es el ricachón desafiante en la casa de los
pobres. Porque tenemos el desempleo más alto de América Latina, y eso que
todavía se deja adornar con los datos del empleo informal ignominioso que
padecen centenares de miles de hogares colombianos.
Pero la mermelada
tiene empalagados a todos los políticos, que cómodamente sentados en la mesa de
la unidad nacional se engullen en silencio las apetitosas porciones del
presupuesto que les arroja el Gobierno para que sacien su voraz apetito.
Lo mejor es la
política internacional. Tan hábil y diserta, que nos ha dejado de amigos de
Chávez y Correa, y por reflejo de Ahmadinejad y Bashar Al Assad. Uno tiene los
amigos que merece. Y también el Gobierno que tolera. Y peor aún, el que aplaude.
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