OPINIÓN | Por: FERNANDO LONDOÑO HOYOS | Publicado: agosto
7, 2012
Cada encuesta que se publica trae resultados más desoladores, sobre todo cuando se recuerda que han sido contratadas por sus mejores amigos. La más reciente, la de El Tiempo, es decir, la de su casa misma, es desoladora.
El
presidente quiere ignorar que recibió el país más próspero de Latinoamérica, en
la hora más feliz de su transcurso por la historia.
Cuenta Borges que Kira Kotsuké no Suké era
varón inaccesible al honor. No lanzaríamos contra nuestro presidente tan
implacable sentencia. Solo nos atrevemos a decir, sin vacilación ni sentido
alguno de culpa, que es apenas inaccesible a la realidad. La realidad no lo
toca, no le importa, no lo apremia. No lo inquietan lo que las cosas sean, sino
la imagen que de ellas se tenga. Es en eso uno
de aquellos periodistas impenitentes que juzgan al mundo según como salga de
sus videos y sus cuartillas. Mala condición para un gobernante, anotamos.
Por eso se pasó la primera parte de
su tiempo sosteniendo que las cosas no eran como eran, sino como las juzgaba la
tropa bien aceitada de sus antiguos compañeros de oficio. Ahora no ha tenido
más remedio que cambiar el discurso, para aceptar que no ha hecho gran cosa
porque tuvo que poner la casa en orden, antes de empeñarse en
mejorarla. Pero ha llegado el momento de las grandes hazañas. Como diría su
gran amigo Raúl Castro, la mesa está servida.
El presidente quiere ignorar que
recibió el país más próspero de Latinoamérica, en la hora más feliz de su
transcurso por la historia. Pero en lugar de dedicarse a hacerlo mejor, reunió cuantas energías tuvo,
que no son muchas, para confrontar al hombre que le había servido en bandeja la
más grande ocasión que a nadie se le ofreció para su grandeza. Y los resultados
son los que ha cosechado.
Cada encuesta que se publica trae
resultados más desoladores, sobre todo cuando se recuerda que han sido
contratadas por sus mejores amigos. La más reciente, la de El Tiempo, es decir,
la de su casa misma, es desoladora. Porque después de aquel manejo obsesivo y
en extremo costoso de su imagen, el 67,42% de los colombianos no quiere que el
presidente sea reelegido. Lo que significa que no despierta entusiasmo para más
del 26,63%, suponiendo que entre ese pobre contingente todos de verdad
lo quieran. Es un desastre con pocos antecedentes, salvo que vengan a la
memoria Ernesto Samper o Andrés Pastrana.
Ese resultado deplorable viene de la mano de
otros hechos demoledores. Más del 53% de los colombianos creen que el país va
por mal camino. ¿Qué se hizo de la mayor bonanza económica que nos ha tocado en
suerte? ¿Qué pasó con aquel raudal de dinero que nos ha llegado de todos los
puntos cardinales? ¿Cómo se malbarató la más grande oportunidad histórica que
nos llegó con todos los países emergentes, con la nueva relación de los
términos de intercambio, con la visión de que éramos la única esperanza posible
en medio de la crisis mundial? ¿A dónde fue a parar la seguridad reconquistada?
¿Qué fue de la posibilidad de multiplicar con un solo empujón las locomotoras
del desarrollo, que el propio Santos llamó tales, por obvias y poderosas?
De eso no queda más que el recuerdo. La
seguridad se acabó, según dice el 75% de los encuestados; las obras de
infraestructura están en nada, salvo los proyectos fabulosos que el presidente
promete sin fatiga y sin que haya iniciado en serio una sola; la salud es
materia perdida para el 67,22% de los consultados; la economía está entrando en
el terreno de movedizo de una recesión indiscutible. Solo se salvan las
relaciones internacionales, que mantienen una velocidad inercial y que pudieran
ser la parte menos brillante de toda la gestión. Y sin que sepamos por qué,
casi la mitad de los encuestados juzga buena la tarea cumplida en el área bien
maltrecha de la educación.
Esta encuesta coincide, para la desesperación
de doctor Santos, con la que Napoleón Franco preparó para Semana y la que
Invamer Gallup publicó hace unas semanas. Al brillante jugador de póker no le
ha quedado más que un par de sietes en la mano y a la vista.
Pero lo más grave no es la dura realidad que salta a la vista. Lo grave, es
que el presidente sea inaccesible a ella. Y que ahora, cuando no debía aceptar
otro camino que el de enfrentarla, sale con la historia de que la falla de su
gobierno es que no ha sabido explicar sus propias maravillas.
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