La Claridad | Por: PALOMA VALENCIA LASERNA | Publicado: septiembre
1, 2012
La capitulación de los violentos implicaría su rendición y su sometimiento a la Justicia, y por el otro lado, la capitulación de la sociedad significaría que los violentos se asen al poder y la sociedad se someta a sus designios.
El documento que se firmó -de
espaldas al país- se parece más a una capitulación de la sociedad ante los
violentos que de ellos ante nosotros.
Cada vez que alguien hace críticas sobre la ‘Paz’, se lo declara enemigo de
ella. Es un título duro para los críticos, más aún cuando ‘Paz’ es concepto
mezclado, sin forma, misterioso, del que nadie podría dar una explicación
coherente.
‘Paz’ como el ideal humano de la
vida en perfecta armonía es la utopía de todos. Contra ella sería impensable la
oposición, ridícula la crítica. Sin embargo, conviene distinguir el efecto
retórico de este sueño, de la realidad de sus posibilidades, nadie es tan
ingenuo para suponer esa PAZ posible.
Descartado el exceso, nos queda
algo referido al conflicto, algo que no es preciso y que se mueve entre los dos
extremos que suponen la capitulación de uno de los bandos. Para nuestro caso,
la capitulación de los violentos implicaría su rendición y su sometimiento a la
Justicia, y por el otro lado, la capitulación de la sociedad significaría que
los violentos se asen al poder y la sociedad se someta a sus designios. Hay en
el medio una infinidad de posibilidades y combinaciones.
En este contexto es claro que no
toda paz es deseable o buena; y que estas apreciaciones corresponden en gran
medida a la posición en la que uno mismo se sitúa en el conflicto. No es lo
mismo ser quien capitula, que ser parte de quienes reciben y aceptan la
capitulación del enemigo.
La ‘paz’ no es sólo un nombre;
no es sólo una ilusión; no es sólo un recurso político; proponerla tiene
responsabilidades y exige significados precisos. ¿Qué tipo de paz nos ofrece
este gobierno? ¿Qué y hasta dónde va a ceder la narcoguerrilla, qué la
sociedad?
El documento que se firmó -de
espaldas al país- se parece más a una capitulación de la sociedad ante los
violentos que de ellos ante nosotros. No es posible saberlo con precisión
porque el proceso ha sido oscuro y excluyente.
Este como ningún otro es un
asunto de la Nación entera, de cada uno de sus integrantes. Sólo será posible
construir el fin del conflicto con el concurso de todas las fuerzas de la
Nación. Este no es el caso; Santos no representa a la mayoría de sus electores,
desde hace mucho, quienes votamos por él nos sentimos ajenos y excluidos.
Quienes aparecen como negociadores, los gobiernos de Venezuela, Cuba, Chile y
Noruega tampoco representan en nada a la Nación colombiana. Menos aún quienes
se suponen han venido negociando como Frank Pearl, Jaramillo o Enrique Santos
-hermano del presidente. Aquellos que gozan de la confianza del Presidente no
son los mismos que pueden representarnos como nación o que pueden darnos
tranquilidad.
Tampoco genera confianza un
Presidente que sin ningún pudor ha mentido. Dijo en varias entrevistas que no
había diálogos de paz. Lo dijo, lo repitió, lo aseguró, pidió rectificaciones a
quienes se atrevieron a darle credibilidad a los rumores, nos engañó. ¿Cómo
creerle ahora?
El tema del narcotráfico es el gran ausente en este debate. Este es y
seguirá siendo el foco fundamental de los problemas colombianos. No creo que
haya una diferencia sustancial entre la situación actual, donde por posiciones
políticas, algunos se sienten legitimados para matar, secuestrar, extorsionar,
remplazar al Estado y traficar drogas; que una situación en la cual se den todas
esas conductas bajo el rótulo de la delincuencia común. El problema no es el
discurso, es su efecto sobre la sociedad. La paz no es un tema trivial, ni un
tema del Gobierno. Exigimos claridad, trasparencia y respeto por los principios
democráticos que inspiran a esta nación.
Twitter:
@PalomaValenciaL
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