OPINIÓN| Por: RAFAEL NIETO LOAIZA | Publicado: marzo. 31, 2013
En la gazapera entre el Ministro del Interior y Andrés Pastrana, más allá de las ofensas cruzadas, hay coincidencia en tachar de “extrema derecha” a quienes cuestionan las negociaciones en La Habana.
La
culpa es de Santos porque fue él quien dio inicio a las calumnias cuando
calificó a sus críticos como “la mano negra”, los “tiburones”, la “extrema
derecha”.
El expresidente en su entrevista
en El Espectador, después de sostener que él sí tuvo un “mandato por la paz” y
en cambio el presidente Santos no, agrega que quienes discrepan del proceso
conforman “un sector radical, de extrema derecha”. Carrillo responde que sería
“lamentable” que Pastrana termine “alineado con la extrema derecha”.
Que los jefes de
Estado deben ser cuidadosos cuando se expresan, queda otra vez probado con el
incidente. Las infamias, los insultos, las injurias a los contradictores, como
las infecciones, se pegan cuando el transmisor es el primer mandatario.
Al menos en parte la
culpa es de Santos porque fue él quien dio inicio a las calumnias cuando
calificó a sus críticos como “la mano negra”, los “tiburones”, la “extrema
derecha”. Que su Ministro repita ahora el infundio no puede entonces asombrar.
Ni que se le haya pegado al ex presidente Pastrana, aunque desconcierta que no
haya previsto que, al expresar sus propias diferencias, también él sería objeto
de las difamaciones.
Históricamente la
extrema derecha se ha caracterizado por posturas ultranacionalistas y xenófobas
y por estos lares no hay ni lo uno ni lo otro. Las otras manifestaciones de la
ultraderecha, en cambio, son comunes a la “extrema izquierda”: autoritarismo,
desprecio por las instituciones y libertades democráticas y recurso a la
violencia para imponer sus posiciones. Las extremas creen que el fin justifica
todos los medios y que las armas son instrumento válido contra los demás. Por
eso, en un proceso mimético, las autodefensas ilegales acudieron a los mismos
métodos violentos de su enemigo.
Por eso, aunque no
son idénticas, las dos extremas se parecen tanto que llegan a confundirse. Al
final no hay diferencia entre el exterminio nazi, el estalinista o la purga de
Mao. Como no hay tampoco entre la violencia contra los civiles, la práctica del
narcotráfico y el recurso al terrorismo de las guerrillas marxistas o de los
mal llamados ‘paramilitares’.
Por eso debería
sorprender que quienes con tanta vehemencia criticaron Ralito ahora aplaudan La
Habana y los que entonces alegaban que eran pocos los años de prisión para los
‘paras’, ahora propugnen porque las Farc no paguen ninguno. Y que si entonces
se indignaban con la idea de que las AUC pudieran hacer política, ahora crean
que hay que pavimentarle el camino al Congreso a la guerrilla.
Pero ya no sorprende,
porque está claro que el problema no es de conductas criminales, sino de
quienes las cometen. Para la izquierda, la nacional y la del continente, y para
quienes desde el Gobierno y los medios buscan su simpatía, hay bandidos buenos
y malos, dependiendo de la ideología que profesen.
Lo que sí sorprende,
sin embargo, es que el gobierno no tenga reparo en tachar como de extrema
derecha a quienes lo critican y al mismo tiempo no le dé vergüenza pedir para
la extrema izquierda impunidad y acceso a cargos políticos. A quienes ejercen
la libertad de opinión, el derecho a discrepar, el ejercicio democrático a la
crítica y al control político, se les estigmatiza, se les infamia y se les
calumnia. Y a la izquierda violenta, autoritaria, criminal, que ha atacado por
cerca de medio siglo los valores e instituciones democráticas, a esa se la
premia. En esas estamos.
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y no siempre reflejan la opinión o posición de LA OTRA MITAD DE
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