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Dic 10 de 1948
Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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Izquierda paradójica

Eduardo Escobar

Marxismo y capitalismo se fundan en el culto del trabajo y apelan a las ilusiones felices y falaces de la equidad 

Hace años, las denominaciones de izquierda y derecha en política pelaron el cobre. Las grotescas maquinarias de opresión que constituyeron el estalinismo y el nazismo del siglo veinte se asemejan en un montón de cosas. Y hoy las sociedades capitalistas están más cerca de cumplir los ideales del humanismo de lo que pudo hacer el infausto experimento bolchevique. Marxismo y capitalismo se fundan en el culto del trabajo y apelan a las ilusiones felices y falaces de la equidad.
Pero en el capitalismo se respiran aún los aires preciosos de una libertad relativa. Chomsky medra a sus anchas en la academia yanqui, mientras los disidentes languidecen en las cárceles del marxismo. Así, cuando un cubano ve un neumático siente esas ganas de largarse del paraíso fidelista. Preso entre los quisquillosos comisarios y los imparciales tiburones.
El capitalismo tiene sus pavores. La lucha a muerte por el espacio, y su hipertrofia, el afán por el éxito y la codicia sin freno espantan. Pero las capillas comunistas son aristocracias disfrazadas con sus propios filtros y sus modos de reconocer los méritos, y se sabe que le va mejor a un profesor de ateísmo que a un católico militante en Cuba, mejor a los áulicos que a los críticos de la inconsistencia semántica del partido único.
El marxismo irradia un halo místico que atrae a muchos hombres de buena voluntad. Eso le permitió al Che remplazar a Jesús en las paredes de los ex seminaristas como uno educados en el Evangelio y crecidos en los años 60 en medio de la efervescencia de los movimientos libertarios de la época crítica. El deseo de justicia, la solidaridad, la magnanimidad que aparentaba permitió consagrarlo como santón de una nueva caridad. Hasta que se revelaron aspectos menos amables de su persona. Como el famoso doctor Kevorkian, Che fue otro médico experto en eutanasias, y equilibró sus virtudes con la inclinación a la tiranía y la crueldad del inquisidor, y el instinto justiciero con el espíritu de Robespierre y el narcisismo patológico.
De cualquier modo, muchos en mi generación del jipismo y los nadaístas lo entronizamos en nuestras covachas de poetas como figura destacada en el olimpo de la izquierda junto al magro poeta Ho Chi Minh, y Mao (y Fidel y su puro), y en su nombre hicimos la vista gorda ante las lacras del socialismo real hasta que fue imposible justificarlas como simples desperfectos de un orden joven. Al fin de la esperanza quedaron perplejidad y desencanto, una larga crónica de crímenes contra el espíritu humano, y la renovación de la fe en el liberalismo burgués: de dos males, el menor.
Los esfuerzos por reconvertir los ideales del comunismo al cartesianismo, a un proyecto razonable aparte de la barbarie bolchevique y su anarquismo atilesco, por construir una izquierda civilista, decente o inteligente, son hoy otra frustración. Como corresponde al sainete perpetuo de las cosas aquí la superstición de la izquierda se sobrevive a sí misma en Colombia, errática siempre, proclive a la fragmentación, sin debate autocrítico, anclada en el odioso conservadurismo de la ortodoxia leninista. Un ejemplo. Anteayer en Telesur, canal del sucesor de Bolívar, un colombiano de cuyo nombre no pienso acordarme se explayó en un extenso reportaje contra el presidente Uribe y su parentela viva y muerta con un rencor que lo demeritaba a él mismo, dejó entrever que anda en gira europea calumniando a su pobre país, hizo eco a las consignas de Chávez como el huésped oportunista, y se declaró militante del Polo con helado fervor, si vale la expresión. Y pensé en la mala suerte de nuestra triste izquierda empeñada en desacertar, si el Polo será a la postre el bilioso tentáculo de la farragosa revolución bolivariana, y si al poner Telesur a disposición de sus publicistas Chávez no hace más mal que bien a la izquierda colombiana, sobre todo al usar de mascarones hombrecitos como ese, torvo, de cuyo nombre digo que no pienso acordarme. Dicen que fue poeta. Quién sabe. 

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