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Dic 10 de 1948
Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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La sombra de Álvaro Uribe

Por: Saúl Hernández Bolívar 
"Los colombianos advierten con sosiego el contraste entre entre el país de antes, del que todos querían irse, y el de ahora, que empieza a despertar orgullo."

Ha dicho Francisco Santos, parafraseando a Churchill, que "nunca tantos le habían debido tanto a uno solo". Así lo reconoce el 80 por ciento de los colombianos. Por eso, nunca un presidente de Colombia, que las generaciones presentes recuerden, había sido despedido con tantos homenajes y tan honda gratitud.
No importa que un puñado de insensatos le auguren extradición, presidio y tormento, ni que sea intelectualmente incorrecto apreciar su obra y un supuesto signo de inteligencia el demeritarla. El hecho es que la mayoría silenciosa reconoce los logros de estos ocho años de gobierno sin eludir las falencias ni ignorar los desaciertos porque la gran masa de colombianos, ajenos a ese activismo político que obnubila los sentidos, advierte con sosiego el contraste entre el país de antes, del que todos querían irse, y el de ahora, que ya no avergüenza y hasta empieza a despertar fundado orgullo. En síntesis, los colombianos reconocemos que Álvaro Uribe nos devolvió la esperanza y el país.

Los detractores se siguen preguntando, indignados, qué le ve el pueblo a Uribe, cuál es la 'magia'. Entre otras cosas, una dedicación absoluta, una cercanía íntima con los gobernados y una determinación rotunda de cumplir los objetivos propuestos. De su descomunal capacidad de trabajar hemos sido testigos todos; un ímpetu, una intensidad que a ratos abruma. Fernando Londoño dice que "para el trabajo, parece nacido de la raza de los titanes", y no se equivoca en su conclusión: "Otro como él no volverá".

Su contacto con la gente y el combate contra la violencia están estrechamente ligados. Antes de Uribe, el Presidente de Colombia era un señor que nunca salía de Bogotá, y más concretamente de los cocteles que organizan esos que tanto denigran de él. Y no salían de la capital porque, a pesar de sus esquemas de protección, en ninguna parte estaban seguros tras décadas de entrega de la soberanía a narcos, paracos y guerrilleros, o a cualquiera que tuviera con qué pagar un buen sicario. Décadas de no cumplir la ley, décadas de no cumplir con su trabajo.

Y el resto de autoridades se contagiaban de esa abulia. Era más fácil recurrir a los parapoderes para resolver un problema, que tener acceso a un gobernador, un alcalde o un concejal. Y ni soñar con un juez, un comandante del Ejército o la Policía o un parlamentario. Los gobernantes eran autistas y los criminales los remplazaron: la gente se cansó de la resignación y el conformismo de sus dirigentes. "No se puede hacer nada" era la doctrina de nuestros mandatarios.

En otras épocas, con otros líderes, las cosas cambiaban para que siguieran igual, pero otra de las virtudes de Uribe es que prefiere reformar que maquillar. Y si bien no ejecutó todas las reformas necesarias, tuvo compromiso y decisión para muchas transformaciones. Pero lo de Uribe no es una estrategia calculada y postiza. Su abnegación, su amor desmedido por Colombia, su entrega, son cualidades innatas y actitudes auténticas.

Todavía hay quienes creen que Uribe llegó al poder sólo por su oposición a las Farc. Eso es conocerlo poco o pretender negar sus capacidades. El que repase su biografía verá que toda su carrera política y sus realizaciones lo llevaron de manera indefectible hasta la primera magistratura, donde la semilla cayó en tierra buena.
Parafraseando a Newton, Juan Manuel Santos manifestó que "estamos parados sobre los hombros de un gigante". El rumbo está demarcado y será responsabilidad de todos los colombianos cosechar los frutos.

Señor presidente Uribe: usted aceptó y cumplió ese duro encargo que recibió hace ocho años, de salvar la patria. En consecuencia, recurro a la tradición de nuestros ancestros antioqueños para decirle, simplemente, que Dios se lo pague, y anticipándome al juicio de la Historia hago propias las palabras que Domingo Choquehuanca le dirigiera al Libertador Bolívar a orillas del lago Titicaca: "Con el tiempo, tu gloria crecerá como la sombra cuando el sol declina".

Saúl Hernández

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