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¿Análisis político?

25 de enero del 2011 |  Zona franca | Por José Obdulio Gaviria
La gran mayoría de nuestros analistas y opinadores siguen sin poder dar pie con bola cuando se refieren a Uribe.

En Carlos Holguín y el debate de la táctica, el historiador Gonzalo España nos ilustra sobre cómo pensaron y qué hicieron los protagonistas de nuestra historia política entre 1860 y 1890. Carlos Holguín, no obstante su situación minoritaria, ganó la batalla por el poder con la fuerza de sus ideas, su capacidad analítica y flexibilidad política. La feliz reunión intelectual y política de Holguín y Núñez -antípodas en la ideología, hermanos en el pragmatismo- produjo una Constitución de largo aliento (1886) y un gobierno centralizado, firme en el ejercicio de la autoridad. Pero, ¿cómo y cuándo se enseñoreó entre nosotros la actual ramplonería, superficialidad y desgreño investigativo y conceptual? ¿Cuándo olvidamos la senda del análisis y del alto debate sobre la táctica?

La política tiene tres espacios precisos, con protagonistas diferentes, quienes, generalmente, se excluyen: 1) El de las ideas.
Maquiavelo nunca logró ascender en la jerarquía política de Florencia, a pesar de ser el más agudo analista. 2) El de la práctica. Soderini, quien ejercía la mecánica política y la ciencia militar, siempre opacó a Maquiavelo en la estructura de poder. 3) El de la narración histórica y los análisis a posteriori. Los hacen, bien, los propios protagonistas; bien, los investigadores ajenos a los hechos (el "ranking de Presidentes de Colombia", recientemente publicado y olvidado, es un ejemplo).

Hay genios integrales de la política. Como tales, brillan con luz propia en los tres campos. El primero en la historia, Jenofonte, dejó huella como filósofo (discípulo de Sócrates); como político y militar (dirigió la retirada de los griegos de Persia); y como historiador (escribió Anábasis, obra maestra del relato y del análisis). Julio César hace parte de ese exclusivo y exquisito club histórico: ideó y puso en marcha un salto cualitativo, base de la grandeza política de Roma, y, a la vez, es una cumbre de la literatura antigua, por obras como La guerra de las Galias y los Comentarios sobre la guerra civil. Además de figuras como Franklin y Napoleón, bien encaja en ese perfil, con ribetes de excepcionalidad mayúscula, Churchill: gladiador de la dialéctica (ideas), derrotó en el Parlamento y, luego, en el Gabinete de guerra, a la facción apaciguadora que quería a toda costa evitar un enfrentamiento con Hitler. Churchill tomó el poder y condujo a Inglaterra a la victoria (práctica política y militar); y como analista y escritor, mereció en 1953, el Nobel de Literatura.

Nuestra historia no es escasa en ejemplos de genialidad política:
Bolívar, el primero; Núñez no se queda atrás; la obra y el pensamiento de Uribe Uribe merecerían ser más conocidos; López Pumarejo pensó e inauguró una época; Gaitán fue un fuera de serie. Álvaro Uribe, como los anteriores, ¿qué duda cabe?, tiene bien ganado su lugar en ese mosaico histórico. Y aquí es en donde se redondea el cuento: la gran mayoría de nuestros analistas y opinadores siguen sin poder dar pie con bola cuando se refieren a Uribe. 1) Nunca imaginaron su triunfo en el 2002, porque nunca entendieron que su doctrina de la seguridad democrática era respuesta a una necesidad histórica. 2) Nunca previeron ni aceptaron la reelección del 2006, porque no entendieron que la confianza inversionista era una realidad que estaba fundada en la confianza social. 3) Se quedaron esperando su caída de imagen y popularidad, porque no sabían que su prédica de cohesión social -extraordinario antídoto contra la lucha de clases y la prédica 'insurgente'- bloqueaba el peligroso ascenso del Socialismo del Siglo XXI.

¡Qué despiste el de los analistas con los talleres democráticos! Recomiendo leer la pifia de Cecilia Orozco y Rafael Pardo en reciente entrevista de El Espectador (la primera funge como analista, el segundo, como 'conductor' político), o el informe y análisis de la Silla Vacía. ¿Dónde estás, Carlos Holguín?

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