16 de marzo de 2012 | La Claridad | Por: PALOMA VALENCIA LASERNA
Tiene que haber una separación total entre la función de juzgamiento y la de investigación; la Corte Suprema no puede tener nada que ver en el nombramiento y menos en el juzgamiento de la Fiscalía.
La Reforma a la Justicia surge porque el país descubrió en estos
años que el diseño institucional de la Constitución del 91 tiene desequilibrios
y fallas que necesitan ser resueltas.
Néstor Correa (a
quien el país conoció porque el diario El Tiempo denunció que en los seis
primeros meses de su vinculación como magistrado del Consejo Superior de la
Judicatura había hecho entre 16 y 18 viajes pagados por el Estado) dijo que el
país debe agradecerle a la Corte Suprema que Mancuso no sea ministro de
Cultura. Lo dijo para justificar su opinión de que la Reforma a la Justicia es
una retaliación contra las actuaciones de la rama.
Sea lo primero decir
que los juicios por ‘Parapolítica’ -a pesar de que muchos son cuestionables-
pueden calificarse como un avance de la Justicia. Sin embargo, hay que resaltar
que esos procesos sólo se iniciaron cuando el gobierno del presidente Uribe
logró que los paramilitares dejaran las armas. Es natural que los jueces tengan
miedo de iniciar actuaciones contra aquellos que hacen parte de las estructuras
armadas activas, como se evidencia en el hecho de que no haya ningún caso de
‘Farcpolítica’. Así las cosas, fue la victoria del gobierno Uribe sobre los
paramilitares lo que dio lugar a los procesos judiciales que se adelantan
contra los jefes, integrantes y colaboradores del paramilitarismo. Sin Uribe
todos ellos estarían hoy en armas y en libertad; como lo están los
narcoterroristas de las Farc, el ELN y sus aliados.
Ahora bien, la
Reforma a la Justicia surge porque el país descubrió en estos años que el
diseño institucional de la Constitución del 91 tiene desequilibrios y fallas
que necesitan ser resueltas. Es humano que los magistrados que hoy ostentan
poderes casi ilimitados sean reacios a perderlos, pero el debate debe dejar de
lado los intereses personales o de grupo, y atender a la necesidad de
establecer un Estado de Derecho con poderes equilibrados.
La Justicia requiere
mayor agilidad y no necesariamente más funcionarios, pues Colombia está entre
los países con mayor número de jueces por habitante en el mundo. Hay que hacer
una reforma profunda: mejorar los operadores judiciales; buscar formas de
solución expedita de litigios sencillos como los cobros de los bancos,
arriendos… mediante mecanismos pagados por los interesados, en fin. Y lo que es
más importante hay que aplicar un sistema de frenos y contrapesos que delimiten
y configuren de manera adecuada los diferentes poderes del Estado.
Tiene que haber una
separación total entre la función de juzgamiento y la de investigación; la
Corte Suprema no puede tener nada que ver en el nombramiento y menos en el
juzgamiento de la Fiscalía. Tampoco sobre el Procurador, pues al ser el
Ministerio Público deber ser completamente independiente tanto de la Fiscalía
como de todas las Cortes, como también el Procurador. Así mismo, es necesario
replantear los procesos contra los aforados; no es aceptable que la
investigación y el juzgamiento se haga todo en la Corte Suprema. Debe haber un
sistema de investigación independiente, y una segunda instancia ajena a la
primera. Tampoco está bien que la Corte Suprema juzgue a sus propios miembros.
La discusión sobre
la Reforma a la Justicia no le corresponde a esa rama, ni a las altas cortes;
es el Congreso elegido popularmente quien ostenta el poder para reformar la
Constitución. La rama debe serenarse, Asonal Judicial suspender el paro y, el
Gobierno debe dejar de presionar a los congresistas para que mantengan
prebendas y privilegios nominativos a favor de las altas cortes con el ánimo de
‘mantener buenas relaciones’ con los magistrados. Aquí no está en juego un tema
político, y menos gubernamental, se trata de la sostenibilidad del Estado de
Derecho.
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