Zona franca | Por: JOSÉ OBDULIO GAVIRIA | Publicado: agosto 22,
2012
Correa, como Stalin, decidió "no cuidarse de la reputación de cruel cuando le sea preciso imponer la obediencia y la fidelidad a sus súbditos".
En Ecuador, el gobernante protege a criminales.
Y sigue los pasos de Stalin, secuestrando o desapareciendo opositores hoy, el
asambleísta Fernando Balda.
Los fundadores del
régimen soviético, Lenin, Trotski y Stalin, practicaron el crimen como
"forma de lucha". Churchill -ya lo había mencionado en otra columna-
captó el peligro de semejante trío; en 1918 dijo que era necesario capturar y
ahorcar a Lenin y a Trotski, "expresiones de una nueva forma de barbarie
política, ajena al derecho, a la costumbre, la diplomacia y el honor".
Simon Sebag, en su libro La corte del zar rojo, cuenta, pruebas en mano, que
Stalin atracó bancos en Tiflis para financiar el exilio de Lenin en Ginebra.
El presidente Rafael
Correa es discípulo avezado de Stalin. Él llegó al poder de la mano de Chávez y
de las Farc. Uno de sus ministros, un tal Larrea, se encargó de legalizar las
acciones de la banda terrorista colombiana en Ecuador, de integrarla a la vida
política, social y económica del país. Incluso, invitó a 'Reyes' a instalar en
Ecuador su campamento, para orientar desde allí la Coordinadora Continental
Bolivariana. Correa se enfureció cuando Colombia dio de baja a 'Reyes' y acusó
al gobierno colombiano de violar la soberanía de Ecuador.
Correa, como Stalin,
aconsejado por algunos textos de Maquiavelo, decidió "no cuidarse de la
reputación de cruel cuando le sea preciso imponer la obediencia y la fidelidad
a sus súbditos". Stalin se deshizo de su principal socio político,
Trotski, a quien desterró de la Unión Soviética; luego ordenó su asesinato en
México. Pagó un millón de dólares al fanático comunista hispano-cubano Ramón
Mercader, quien viajó con falsa identidad y se infiltró pacientemente en la
casa del fundador del Ejército Rojo. Cuando tuvo la primera oportunidad de
hacer desaparecer a Trotski de entre los vivos, Mercader le clavó una piqueta
de montañismo en la cabeza.
En Ecuador, el actual
gobernante acoge y protege a criminales. Se ha rodeado, él mismo, de
criminales, y, últimamente, parecería -según se desprende de un informe de la
revista Semana- está dispuesto a seguir los pasos de Stalin, promoviendo el
secuestro o la desaparición de uno de sus opositores más connotados, el
asambleísta Fernando Balda. Las calles de Bogotá fueron testigo de que los
regímenes del Socialismo del Siglo XXI no tendrán empacho en violar el
territorio colombiano, si así se los dicta su interés.
Vargas Llosa, en La
fiesta del Chivo, narra el secuestro en Nueva York de Jesús Galíndez, principal
opositor del dictador Rafael Leónidas Trujillo, quien fue despachado en vuelo
clandestino a República Dominicana. El propio tirano lo recibió, dirigió su
tortura (le hizo comer un ejemplar del libro que denunciaba su barbarie) y
luego lo arrojó vivo a los tiburones. Los secuestradores de Balda llegaron en
vuelo comercial de Cali a Bogotá; se alojaron en hotel de lujo, compraron
trajes negros, camisas y corbatas en conocidos almacenes y alquilaron una
camioneta Toyota. Todo el tiempo los autores intelectuales iban monitoreando el
asunto desde sus móviles. ¿Se creían amparados por la impunidad ecuatoriana?
¿Sentían estar en un operativo legal y no en un secuestro?
La banda
secuestradora, que recibió fondos desde Ecuador, dejó sembradas las pruebas
habidas y por haber sobre los partícipes en el crimen. Según Semana, hasta le
anunciaron a la víctima: "Esto es de parte del presidente Correa". No
contaron con que en Colombia todavía opera la solidaridad ciudadana: los
secuestradores fueron perseguidos por taxistas bogotanos, quienes animaron a la
policía a rendirlos y capturarlos. Ya los investigadores tienen todo el rollo
dilucidado.
Correa brindó a su
amigo y cómplice Assange los servicios del mejor abogado posible. Me temo que
va a tener que contratarlo para defender también su régimen criminal ante la
justicia penal internacional.
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