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Dic 10 de 1948
Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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Una decisión crucial

José Obdulio Gaviria

¿Qué circunstancias concurren para que el Partido Conservador, plenamente identificado con los postulados del uribismo, no apoye oficialmente a Santos?


Recuerdo que en mi columna del 10 de noviembre del 2009 expliqué cómo los expertos en temas electorales, al contrario de los legos, solían ver un mapa electoral simple; que ellos no se concentraban en el estudio de la multitud de nombres de candidatos, sino que observaban las corrientes dominantes y que sin dejarse distraer por las virtudes y defectos individuales, ubicaban cada nombre dentro de una u otra corriente.
Las corrientes, pues, son las que conducen a la Presidencia y no las características individuales de los candidatos. En un escenario convencional, es lógico que un candidato lleno de virtudes, si corre en solitario, deberá terminar relegado al pelotón colero y con una porción irrelevante de intención de voto.

En una campaña presidencial, dije en aquella ocasión, hay dos carreras paralelas: la interna por el liderazgo de cada corriente (cosa que dirime sabia y espontáneamente el propio electorado) y la carrera externa o el embalaje final entre los dos líderes de las corrientes políticas enfrentadas. 

Hoy, a 40 días escasos de las elecciones, el escenario está desbrozado: la carrera interna dentro del uribismo la ganó Juan Manuel Santos y la representación de la oposición está en cabeza de Mockus. Nada en la vida es imposible, pero es completamente improbable ya que esas respectivas personerías, la del uribismo y la de la oposición, se las arrebaten a Santos y a Mockus.

Ojalá las cosas fueran tan simples, pensarán algunos, y estarán preguntándose por qué, si lo que está en el escenario son las corrientes, ve uno tan congestionado de candidatos el set de televisión de los debates. Esa observación es válida, pero tiene su explicación en la sicología y no en la politología. Resulta que no todos los candidatos corren para ganar. O, mejor, su meta no es ganar la Presidencia sino conquistar otro objetivo político o personal. 

En Wikipedia hay una página que ilustra bien ese fenómeno: Elecciones presidenciales de Colombia. Si la revisan, encontrarán en cada elección unos nombres que sólo interesarán a cazadores de curiosidades. En las del 2006, por ejemplo, Carlos Rincón, Álvaro Leyva y Enrique Parejo hicieron un ejercicio puramente personal y sin relevancia política o histórica. De los otros cuatro, dos (Uribe y Carlos Gaviria) representaban las dos grandes corrientes; Serpa se inmoló en un esfuerzo ejemplar para mantener a flote la nave de su partido en las presidenciales, y Mockus rodó, un ejercicio que hacen algunos ciclistas, consistente en inscribirse en una carrera con el único fin de prepararse física y técnicamente para otra.

Estos comentarios generales y abstractos nos introducen en una consideración práctica: el Partido Conservador es un partido histórico. En 1990, la división casi lo hizo desaparecer y su candidato oficial, Rodrigo Lloreda, apenas ocupó un modestísimo cuarto lugar. Esa mala experiencia hizo que en el 2002, ante la evidencia de que su candidato Juan Camilo Restrepo iba hacia el abismo, decidieron maniobrar oportunamente y evitar la catástrofe. Así fue como Uribe, quien recibió el apoyo casi que unánime del conservatismo, logró un triunfo inapelable en la primera vuelta. Los resultados están a la vista: las exitosas políticas de Uribe contaron con el incondicional respaldo conservador y el Partido, a su vez, se consolidó como puntal y baluarte de la concertación uribista.

¿Qué circunstancias concurren para que un partido tal, plenamente identificado con los postulados del uribismo, no apoye oficialmente a Santos? Lo que procede, hoy, en el seno del conservatismo, es hacer un alto en el camino y reflexionar sobre qué es lo que más conviene al país y a su interés como partido. No está el conservatismo ante la poco grata disyuntiva de vencer o morir, sino ante la feliz oportunidad de vencer o vencer. Le bastaría reintegrarse a la coalición o concertación uribista que los espera, seguro, con los brazos abiertos.

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