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Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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Uribismo sin Uribe

Por Alfredo Rangel
Sábado 5 Junio 2010
Si se impone, como es de esperar, la lógica política, y su campaña no baja la guardia sino que redobla el esfuerzo, la victoria de Santos en segunda vuelta será arrasadora.
Su votación podría estar por encima del 70 por ciento. Será el gran triunfo del uribismo sin Uribe, algo que muchos creían imposible.

En efecto, como resultado del contundente resultado de la primera vuelta -que dejó prácticamente a Mockus sin ninguna opción ni margen de maniobra-, y de la generosa oferta de Santos -fiel a la más pura tradición santista-, de conformar un gobierno de unidad nacional, ha sido posible conformar un bloque político que no solo va a garantizar una extraordinaria victoria electoral y un mandato popular contundente, sino también una amplia gobernabilidad y una sólida estabilidad política en el próximo cuatrienio. El Partido de la U, el Conservador, Cambio Radical y el Partido Liberal son los pilares de esta unidad nacional. La oposición la ejercerán los verdes y el Polo.

El efecto neto de esta nueva alianza es la ampliación de la base política y social del uribismo, ahora sin Uribe. Esto es así aun cuando los liberales recién llegados tengan entendibles remilgos para aceptarlo. Ocho años de radical oposición a la gestión y a las políticas de Uribe, para terminar apoyando la continuidad de esas políticas, ahora bajo una nueva batuta, requieren un aterrizaje suave y morigerado en el campo del uribismo. No habrá por ahora un apoyo formal de partido, pero toda su bancada parlamentaria -excepto Piedad Córdoba, Cecilia López y su jefe, Rafael Pardo- ya es parte de la nueva alianza nacional. Después a esta adhesión le pondrán cualquier nombre: "apoyo crítico", "alianza con independencia", o lo que sea, pero el hecho es que ya están en esta orilla. Bienvenidos.

Además, para ese partido era prácticamente su única opción de supervivencia luego de 12 años en la oposición durante los cuales ha sido imparable su creciente distanciamiento de la opinión pública nacional, como inatajable la cascada de deserciones de sus líderes y sus electores hacia otras toldas, hasta el punto -impensable hace 20 años-, de estar hoy en el último lugar de las preferencias electorales presidenciales y a pocas décimas de no haber alcanzado siquiera el umbral que posibilita la reposición de recursos económicos por parte del Estado, lo que hubiera añadido la quiebra financiera a su ya patética quiebra política. Bienvenidos.

Pero el uribismo sin Uribe está muy lejos de significar una reedición del Frente Nacional de los años 60 y 70, con cuyo fantasma pretenden asustarnos los verdes. Los colombianos y nuestra democracia estamos muy maduros para esos sustos. Este país es radicalmente distinto al de hace 50 años; la comparación es absurda y ofende el intelecto. Estamos muy lejos del bipartidismo excluyente de entonces, ahora tenemos un vigoroso multipartidismo con muy estructuradas opciones en todo el espectro político; ya no tenemos la democracia limitada de entonces, la elección popular de alcaldes y gobernadores le quebró el espinazo a un centralismo secular; la Constitución del 91 abrió nuevos espacios de participación y de control político, antes inexistentes; del Estado de Sitio que imperó por décadas ya ni se acuerda nadie, etcétera. Pero, por si fuera poco, la alianza nacional que construye Santos no implica ningún acuerdo de alternación en el poder entre los partidos que la conforman, que era la piedra angular de aquel Frente Nacional y que cerró los espacios políticos durante 20 años. Así que a otros con esos sustos.

La unidad nacional que propone Santos es para desarrollar unas políticas y alcanzar unos objetivos que interesan a la nación. No se trata de cooptar los partidos, ni de aconductarlos con milimetría burocrática. Las promesas burocráticas no es algo que necesite Santos para ganar las elecciones ni para gobernar. De hecho, hay que decirlo, estrictamente hablando Santos no necesitaría de ninguna alianza para ganar la segunda vuelta, y de muy pocas para gobernar con la holgura que le dará un mandato electoral claro y unas mayorías suficientes en el Congreso. Tampoco se trata de eliminar la oposición ni el control político, que son absolutamente indispensables en cualquier democracia. Unidad nacional no significa unanimismo, sino unidad dentro de la diversidad en favor de unos propósitos colectivos compartidos. Con la alianza que dará origen a un sólido gobierno nacional el uribismo está hoy más fuerte que nunca, y su nuevo jefe es Juan Manuel Santos.

P.S. Una reforma constitucional debería establecer que la segunda vuelta será innecesaria cuando un candidato obtenga más del 40 por ciento de los votos y aventaje en más de 10 puntos al segundo. Como en Argentina y Costa Rica. 


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