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Sin el pan y sin el queso

12 de Junio de 2011 | La Claridad | Por: Paloma Valencia Laserna

Uribe se caracteriza por una relación muy directa con los ciudadanos. La percepción de los Consejos Comunitarios es que el Presidente oía y atendía lo que la ciudadanía quería.
El diálogo entre los verdes ocurrió en dos niveles: la necesidad de alcanzar las posiciones de poder sin involucrar votos que no se compadezcan ideológicamente con el estilo de hacer política, pues ello puede desconfigurar la acción. Por otro lado, la idea de que sólo la integración de fuerzas es capaz de solventar problemas tan hondos como los que vive la capital.


Mockus reconoce los aciertos del presidente Uribe, pero le atribuye una postura según la cual vale romper las normas para alcanzar los resultados. Mockus fue derrotado y decidió dejar el Partido. La alianza con Uribe, según el profesor, equivale a la renuncia de los principios y la aceptación de que cualquier mecanismo para ganar es válido.


Aún así habría que decir que Mockus y Uribe se parecen. Son líderes que convocan y que oyen a sus seguidores. Ambos son capaces de seguir sus principios. Tienen, sin embargo, una postura radicalmente distinta en el tema de seguridad. Mockus quisiera imponer el pacifismo como política de Estado; Uribe entiende que corresponde al aparato estatal, como función principal, defender la vida de los ciudadanos. Mockus es más restrictivo de las libertades individuales porque considera que la manera de ser de las sociedades debe cambiarse para encuadrar con unos estándares ya diseñados; Uribe es más demócrata y -de cierta manera- acepta la manera de ser de los colombianos y trata de construir con ella.


El vínculo de Uribe con Peñalosa proviene de que el exalcalde y el gobierno Uribe compartieron muchos miembros de equipo: la ministra de Educación Cecilia María Vélez, la canciller Consuelo Araujo, entre otros. Coincidencias que no son desestimables y las críticas de Mockus sobre el gobierno necesariamente le caen a los peñalosistas que hacían parte de él. Peñalosa trató de matizar el asunto y dijo que su alianza era con la U y no con Uribe. Aseguró que no negociaría cosas indebidas ni puestos.


Entre líneas despreció los gestos de Uribe y le hizo una advertencia grosera a la U. Ese maltrato no gustó en el uribismo. Más aún, los uribistas -no me refiero a los políticos- no aprecian a Peñalosa, por las diferencias abismales que existen entre el candidato y Uribe en la manera de hacer política. Uribe se caracteriza por una relación muy directa con los ciudadanos. La percepción de los Consejos Comunitarios es que el Presidente oía y atendía lo que la ciudadanía quería. Peñalosa por su lado, encarna el despotismo ilustrado, donde se hacen cosas para el pueblo, pero sin el pueblo. Peñalosa no oye y además es soberbio. 


Recordemos que la imagen desfavorable de Peñalosa es muy alta, por eso en las elecciones pasadas fue elegido Samuel Moreno, por un voto que no quería al exalcalde.
En el debate Peñalosa se quedó sin Mockus y sin uribistas.


Nota: Subyace a éste y en varios debates de la coyuntura actual el papel de las minorías dentro de los partidos. En una democracia también las minorías tienen representación. Son importantes y tenidas en cuenta para que el debate no se convierta en la tiranía de la mayoría. Pero en Colombia los partidos no tienen respeto por las minorías; la reforma política estableció una disciplina para perros, donde las minorías tienen que plegarse a la decisión mayoritaria. Aquello las aplasta y termina por desintegrar los partidos. La política es el debate de ideas, de principios y muchas veces la decisión mayoritaria no es suficiente para disuadir a las minorías. Los partidos requieren una reforma que reconozca la existencia de la disidencia y les dé herramientas para subsistir con sus diferencias en las organizaciones.

El País – Cali - Colombia

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