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Dic 10 de 1948
Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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En defensa del Caguán

 
Nadie en Colombia, que se sepa, está proponiendo regresar a las épocas del despeje del Caguán. Ningún candidato presidencial lo ha hecho. Esa es una etapa ya superada, por fortuna. Pero creo que es injusto señalar y satanizar a quienes en su momento apoyaron o participaron en ese proceso de paz. Entre otras cosas porque habría que satanizar a la inmensa mayoría de las fuerzas vivas del país, los empresarios, la clase política, los académicos, los medios de comunicación que apoyaron esos diálogos, los cuales algunos criticamos por la forma como se ejecutaron, aunque también los respaldamos en su propósito de alcanzar la paz.
En ese proceso, en general, y en la zona de despeje, en particular, se cometieron muchos errores de ingenuidad, de imprevisión, de generosidad sin contrapartida, de candor, de falta de conocimiento de las verdaderas intenciones del adversario. Esto llevó a actuar con largueza y precipitación, tanto en la concepción como en el manejo de la zona de despeje. Por entonces, en septiembre de 1998, lo advertimos: "Si en anteriores ocasiones un despeje sirvió como culminación de un proceso de paz, en este caso puede marcar el inicio de una nueva etapa de la guerra". Dicho y hecho. Pero el gobierno prefirió sacrificar la solidez del proceso en aras de su celeridad. Y la guerrilla aprovechó las circunstancias para realizar su juego, que también advertimos: utilizar los diálogos de paz como una táctica política dentro de su estrategia de guerra.

Pero viéndolo en retrospectiva, la guerrilla perdió y el Estado ganó. En efecto, sin proponérselo y sin tener una estrategia para ello, el gobierno amarró a la mesa a buena parte del Secretariado de las Farc, la vida muelle del Caguán aburguesó a muchos de sus comandantes, se distrajo la atención de sus objetivos de guerra, se aflojó la moral de su tropa. Como resultado, la guerrilla perdió el impresionante impulso militar que había alcanzado durante los años anteriores cuando en medio de las más contundentes victorias militares que nunca antes había logrado (Las Delicias, San Juanito, Juradó, Patascoy, La Carpa, etcétera) estuvo a punto de desbordar al Ejército Nacional, que no sólo era débil, sino que estaba dividido y desmoralizado por el impacto que ocasionó en sus filas el proceso 8000. Esto lo corroboraron después muchos generales. Razón tenían entonces quienes dentro de la guerrilla -Alfonso Cano, entre ellos-, se oponían a los diálogos de paz y preferían continuar con la ofensiva militar. Sin los diálogos del Caguán tal vez le hubiera ido mejor a la guerrilla y peor al Estado.

Porque durante el Caguán la guerrilla no sólo perdió impulso militar, sino que también fue derrotada políticamente. Al final del proceso quedó demostrado que la guerrilla no tenía ninguna intención de alcanzar una paz dialogada, que engañó al país y a la comunidad internacional sobre sus verdaderas intenciones. Quedó totalmente aislada y rechazada por la opinión pública. Quedó en evidencia ante el mundo su utilización brutal, sistemática y masiva del secuestro como método de guerra, motivo por el cual fue incluida en las listas de organizaciones terroristas de muchos países. Esto les redujo su movilidad y su capacidad de maniobra internacional.

Mientras tanto, el Estado ganó un tiempo precioso. El gobierno inició un proceso sin precedentes de modernización y fortalecimiento de las Fuerzas Militares. La ayuda del Plan Colombia lo apuntaló. El Estado se ubicó en condiciones militares para contener a la guerrilla y, posteriormente, obligarla a replegarse. Si este fortalecimiento no se hubiera hecho durante el Caguán, el primer gobierno de Uribe hubiera tenido que hacerlo, los resultados extraordinarios de la Seguridad Democrática se habrían aplazado y tal vez no hubiera ocurrido la reelección de Uribe, que consolidó irreversiblemente la dinámica del conflicto en favor del Estado y en contra de la guerrilla.

Así pues, mirándolo en perspectiva histórica, el Caguán tal vez fue una etapa necesaria e inevitable, dadas las circunstancias del momento, con una guerrilla victoriosa y unas Fuerzas Militares que estuvieron a punto de ser desbordadas. También fue un aprendizaje estratégico, que se pagó a un gran costo, para saber cómo 'no' se deben hacer unos diálogos de paz, y cómo 'no' se debe manejar una zona de distensión. Pero para la guerrilla fue la antesala de su derrota política y militar, mientras que para el Estado fue el preludio de su éxito contra la guerrilla. Para el Estado fue un fracaso exitoso, para la guerrilla un éxito catastrófico. Visto así, no fue un tiempo perdido, ni una experiencia del todo fracasada. Uno sólo aprende de los errores propios, no de los ajenos. Además, sólo se aprende lo que ya se sabe, pero después de haberlo vivido.
 

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