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Dic 10 de 1948
Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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Grandes temas

Fernando Londoño Hoyos


El primer problema que tendrá que resolver el que elijamos en mayo o en junio es la nada sencilla cuestión de la gobernabilidad
No queriendo pasar por descomedidos, debemos empezar estas líneas poniendo en evidencia el carácter eminentemente frívolo de la campaña presidencial en que andamos embarcados. Todo se ha ido hasta ahora en juegos de artificio y en aparato escénico.
El primer problema que tendrá que resolver el que elijamos en mayo o en junio es la nada sencilla cuestión de la gobernabilidad. Juan Manuel Santos, aritméticamente el mejor dotado, tendría que empezar por seducir a 25 senadores que hagan posible su tarea.
A los otros, la cuesta se les empina, hasta llegar al dramático caso de la llave de Mockus y Fajardo, que tendría que salir a conquistar los votos de la mitad del Congreso, donde no tienen un amigo.
Lo demás, hasta ahora, viene como en bazar de pueblo. Ideas por aquí y por allá, casi todas pobres, algo de tremendismo taurino para las tribunas y el infaltable condimento de la barata demagogia. Ni una sola concepción de Estado, ni una visión compacta de la realidad colombiana, ni siquiera el consuelo de una propuesta central a cuyo alrededor puedan girar las que tengan carácter menos decisivo.
Todos quieren la paz, lo que vale tanto como rescatar de Pambelé la tesis genial de que es mejor ser rico que pobre. Nadie ha dicho cómo combatir el narcotráfico que alimenta todas las guerras, ni cómo disponer de un Ejército que recobre su vocación de triunfo, ni de una Policía que garantice la vida tranquila en la ciudad y en las aldeas. Tampoco, por supuesto, cómo unir todos esos elementos con los esfuerzos de una Fiscalía expósita, con los de un Ministerio Público que no se menciona, y con un poder judicial tan disparatado y agresivo como el que venimos padeciendo.
De las relaciones internacionales no se oye decir una palabra.
Pero aunque no lo quieran los candidatos y pasen en puntillas junto al tema, lo cierto es que Hugo Chávez existe, que puede seguir amarrado al poder largo tiempo y que acaba de comprar 5.000 millones de dólares más en armas. Y no propiamente para ganarles la partida a las mafias caseras ni para presionar a sus vecinos de las Guayanas. Tampoco nos han querido decir si prefieren una economía abierta y competitiva, donde los tratados de libre comercio sean elemento determinante de la producción y el crecimiento, o si se inclinarían por ciertos niveles de nuestro viejo proteccionismo. Va tanto de lo uno a lo otro, que estaríamos hablando de mundos diferentes. Porque si se trata de abrirnos a los grandes mercados, no tendríamos más remedio que diseñar toda una estrategia para ablandar el esquivo corazón de los demócratas norteamericanos y hasta ensayar amores con la señora Pelosi.
Del modelo económico nadie dice que esta boca es mía. Pero lo inevitable es que en parte por la crisis internacional, y en parte por el "aterrizaje suave" del Banco de la República, el 7 de agosto andaremos en crisis. La que comprende un desequilibrio fiscal, hasta ahora manejado por la mano maestra de Óscar Iván Zuluaga, pero al que en nada contribuyen las generosas iniciativas de nuevos gastos, que ningún candidato se ahorra; una revaluación del peso, que tiene contra la pared la producción nacional; un débil crecimiento económico y un desempleo social y políticamente insoportable.
Como se fue de la contienda el candidato del campo, desapareció la cuestión agraria. Mucho nos tememos que si ante un mapa ponemos los aspirantes a Presidentes a localizar la Altillanura o la Mojana, nos llevaríamos más de un disgusto. Y el desarrollo de esos proyectos podría convertirnos en potencia agrícola y resolvernos el desempleo del campo.
Los grandes temas, pobrecitos, no tienen quién los mire. Pero si les agregamos la necesidad de estructurarlos dentro de una vasta concepción de Estado, con su forzado componente social, quedaríamos como pidiendo peras al olmo. ¿Cuándo empezamos en serio?

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