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Dic 10 de 1948
Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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Uribista pero no abyecto

CAMPAÑA Germán Vargas ha tenido que ser uribista sin Uribe y a veces contra Uribe. Sin embargo tiene todas las credenciales para ser el heredero de la seguridad democrática.
Viernes 2 Abril 2010
Prácticamente todo el mundo considera que en estas elecciones la mejor campaña ha sido la de Germán Vargas. Lo que primero salta a la vista son sus propagandas de televisión que han sido definitivamente impactantes.
En un ambiente como de concierto de rock, filmado en la convención que lo nominó candidato, el creativo Juan Pablo Rocha logró sacar extractos claves del discurso de Vargas Lleras para transmitir mensajes contundentes en medio de un ambiente de autenticidad y entusiasmo. Rocha afirma que con esa publicidad trató de proyectar “la fuerza, la emoción y la valentía que tiene el candidato”.
Sin embargo, la campaña de Vargas tiene elementos mucho más importantes que los creativos. En medio de un proceso electoral más basado en personalidades que en temas y programas, el jefe de Cambio Radical se puso en el camello de construir una compleja y detallada agenda de gobierno que comprende propuestas en 21 áreas. Cada una de estas fue elaborada por especialistas dirigidos por él, después de recorrer dos veces el país y de estudiar docenas de mamotretos, diagnósticos y estadísticas.Las propuestas, como sucede con frecuencia, las han leído muy pocos, pero los que lo han hecho han quedado descrestados con la seriedad de esos trabajos.

Por ejemplo, en el tema de seguridad desarrolló una propuesta integral que contempla la presencia del Estado en todo el territorio y una estrategia de seguridad urbana basada en una policía más dotada y eficiente. “Pero la seguridad sin justicia social es efímera”, dice. Por eso recalca iniciativas como aumentar la inversión estatal en salud, en educación y en servicios básicos; reformar los mercados laborales para combatir la informalidad; diseñar seguros de desempleo y crear un fondo de estabilización económica y social como los que existen en Chile y en Perú.

En el ámbito de la infraestructura propone duplicar el presupuesto para obras viales en los próximos cuatro años, renovar entidades como el Inco y el Invías, construir autopistas de doble calzada para facilitar el desarrollo del campo y mejorar las comunicaciones. No obstante –asegura Vargas–, nada de esto se podrá hacer si el Estado no tiene instituciones fuertes y definidas. “El país necesita más gobierno que Presidente, más ministerios que ministros, más cortes y tribunales que magistrados, más instituciones que individuos”, dice, mientras insiste en que hay que hacer una reforma política para mejorar el Congreso, los partidos y la justicia.

Pero al mirar a Germán Vargas como candidato, lo que más se destaca no es la calidad de su campaña sino la coherencia que esta tiene con su trayectoria política. En una campaña electoral donde la mayoría de los aspirantes se dan codazos los unos a los otros para aparecer como los herederos de Uribe, Vargas tiene todas las credenciales y legitimidad para reclamar este título.

En lo que se refiere al tema de la seguridad democrática, casi todos los candidatos lo único que han hecho es ‘colincharse’ a ese concepto. La verdad es que esa bandera de centro-derecha en orden público era originalmente de Germán Vargas, quien fue, con Álvaro Uribe, el primer jefe político en denunciar los exabruptos del Caguán.

Posteriormente se la arrebató Juan Manuel Santos con la pantalla que tuvo en el Ministerio de Defensa. Pero Santos en el fondo lo que hizo fue subirse al tren de la victoria pues, al fin y al cabo, antes de 2004 era militante del Partido Liberal y aspirante a la candidatura de esa colectividad que en ese momento le estaba haciendo oposición al gobierno de Álvaro Uribe.

Vargas, por el contrario, se montó en el tren uribista antes de que arrancara y cuando los vagones estaban vacíos. Por lo tanto, tiene derecho a alegar que su abandono a la candidatura de Horacio Serpa fue más por coherencia ideológica que por oportunismo electoral. En todo caso, con dos atentados en su contra, uno de los cuales le costó dos dedos de la mano izquierda, sus credenciales de comandante en jefe contra la guerrilla eran comparables a las del Presidente.

Como socio de la coalición de gobierno, su bancada apoyó las iniciativas del ejecutivo durante los ocho años de la era Uribe. Al final se opuso al tercer mandato, pero sin hacer oposición contra el gobierno en temas diferentes al de la segunda reelección. Pero ya a esas alturas su luna de miel con Uribe había terminado. Si bien Vargas tenía toda la legitimidad como socio fundador del gobierno de la seguridad democrática, su voracidad burocrática lo fue alejando gradualmente de la Casa de Nariño. En calidad de jefe de un partido político propio necesitaba ‘oxígeno’ para mantener aceitada la maquinaria de Cambio Radical, la cual había producido en las elecciones de 2006 el muy respetable resultado de 15 senadores.

Sin embargo, en el palacio presidencial, donde se repartía la piñata para todo el mundo, las pretensiones de Vargas fueron consideradas excesivas. Esto desembocó en que el Presidente le jugó sucio y cuando decidió montar un partido propio para reelegirse, en lugar de encomendárselo a su compañero de lucha, les ofreció esta responsabilidad inicialmente a Juan Manuel Santos y a Enrique Peñalosa. Este último declinó el ofrecimiento y solo Santos quedó con la oportunidad de construir el Partido de la U. Ni tonto ni perezoso aprovechó esta lotería política al máximo, y con sagacidad y tacto armó la plataforma política multipartidista que reeligió a Uribe y que lo tiene a él a las puertas de la Presidencia de la República.

Con el nombramiento de Santos, Uribe no solo le jugó sucio a Vargas sino, además, a Óscar Iván Zuluaga, quien también había sido su aliado en las primeras horas y había participado en la fundación de ese partido. Marginado del mismo con el premio de consolación del Ministerio de Hacienda, Zuluaga –quien tenía aspiraciones presidenciales– quedó por fuera de esa contienda.

Pero la creación del Partido de la U no fue la única zancadilla que el gobierno le hizo a Vargas Lleras. Con la reforma política de 2009, que permitía el transfuguismo entre partidos, el uribismo le desmanteló buena parte de Cambio Radical, al tentar a sus congresistas con dádivas burocráticas para que cambiaran de bando y apoyaran la reelección de Uribe. Eso y el huracán de la parapolítica hicieron que en cuatro años Cambio Radical tuviera bajas de casi el 50 por ciento en la Cámara alta y en 2010 eligiera ocho senadores. Sin gobierno, este es un resultado respetable y, como él mismo ha repetido una y otra vez, “depurado”. Esas fricciones conyugales entre Uribe y Vargas no cambian el hecho de que los dos representan ideológicamente lo mismo: autoridad sin concesiones en el tema de orden público y respaldo absoluto a la inversión privada y a la libre empresa. En otras palabras, a Germán Vargas le ha correspondido ser uribista sin Uribe y a veces contra Uribe. Ha sido un socio leal de la coalición de gobierno y su oposición al tercer periodo no cambia esa realidad. Ha tenido el mérito adicional de no hacer parte de la lambonería colectiva en que está la mayoría de los candidatos con el disco rayado de “la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social”. Él está comprometido con estas tesis, pero las registra en forma independiente con un eslogan de campaña continuista pero no abyecto: ‘Mejor es posible’.

Con el resultado de la última encuesta de Napoleón Franco, la candidatura de Germán Vargas no triunfó pero sobrevivió. Los candidatos que están por debajo de él son vistos sin mayor opción y los que están por encima –Santos, Noemí y Mockus– están todavía en juego. Germán está en la frontera. El 8 por ciento de intención de voto con que cuenta y el cuarto lugar entre los candidatos a solo un punto de Mockus, le dan la doble oportunidad de seguir peleando por la segunda vuelta o de ser el fiel de la balanza en el resultado electoral. Y ese es un gran mérito ante las difíciles circunstancias que ha tenido que afrontar.

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