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Se acabó la luna de miel

25 de septiembre de  2011 |  OPINIÓN | Por: FRANCISCO SANTOS
La tecnocracia bogotana no se las sabe todas y en un país de regiones, vital y vivo como Colombia, hay que conocerlas, visitarlas, oírlas y actuar y adaptar y ajustar lo que se ve bien desde la capital.
Colombia es un país con más territorio que Estado. Por eso cuando las cosas se manejan desde Bogotá se genera un vacío de poder que distintos actores, legales e ilegales, utilizan para su beneficio.
Lo sucedido en las dos últimas semanas refleja esa realidad del país que Álvaro Uribe interpretó y subsanó durante sus ocho años de gobierno a través de consejos comunales, consejos de seguridad y gran actividad gubernamental de él y su gobierno en las regiones.
En Tumaco una protesta pacífica masiva de una ciudadanía que harta de la extorsión y la violencia, 12 policías y dos comerciantes muertos en los últimos 40 días, expresa su inconformidad. En La Tebaida una asonada por un desmadre en los costos de los servicios públicos. En el Meta la USO y las Farc paralizan el principal campo productor de petróleo de Colombia durante casi una semana. Y en Ariguani, Cesar, otra asonada por una ciudadanía aburrida por la falta de agua.
Y ya comienzan a sonar las voces desde distintos sectores que piden acciones concretas y una presencia más activa del gobierno y del Presidente. Desde Tumaco el gobernador de Nariño, Antonio Navarro, le dice a Santos que está bien que visite el Pacífico occidental pero le pide que también visite el Pacífico oriental, el de su país. Y el decano de la facultad de Economía de los Andes, Alejandro Gaviria, en tono irónico se refirió al discurso que a través de un holograma dio en Armenia esta semana el Presidente y dijo que está bien hablar de Palestina pero que ya está bien de viajes. Mejor dicho, debería estar era más preocupado con los problemas de Palestina, Caldas, que los del Medio Oriente. Aclaro, ni Gaviria ni Navarro son uribistas.

La falta de ejecución de obras para prepararse para una segunda ola invernal hace parte de este tradicional y desgastado modelo de gobierno. La debilidad institucional de muchas gobernaciones y alcaldías son un obstáculo en la ejecución de obras e incluso en la implementación de políticas publicas que diseñadas con la mejor intención en Bogotá necesitan ajustes y acompañamiento permanente en las regiones.
Ahí radica la gran debilidad de este gobierno que ya comienza a tener comparaciones con la administración de Andrés Pastrana. La tecnocracia bogotana no se las sabe todas y en un país de regiones, vital y vivo como Colombia, hay que conocerlas, visitarlas, oírlas y actuar y adaptar y ajustar lo que se ve bien desde la capital.
El gran manejo de medios capitalinos que tiene Santos no le basta para generar gobernabilidad y mucho menos la prosperidad que pregona su gobierno. El actuar en estas crisis deja mucho que desear del conocimiento, ni hablar de la presencia, de sus funcionarios.
Poco han avanzado los planes departamentales de aguas en este año de gobierno. Es más, están paralizados. La seguridad se resquebraja de manera lenta pero segura región por región y Tumaco es apenas un ejemplo. La petroleras están aterradas con lo sucedido en el Meta pues los únicos ganadores fueron la USO y quienes usan la violencia para imponer diálogos o mesas de trabajo.
El presidente Santos comienza a rectificar el rumbo con el cambio de dos ministros. Acertó sin duda en los nombramientos.
La pregunta de fondo es si el modelo va a cambiar. Y comienza a escuchar a la gente, al pueblo, a los ciudadanos, a los gobernantes regionales y deja un poco de lado su diálogo con los opinadores y la prensa capitalina que le da dividendos de imagen mientras el país se le desencuaderna poco a poco. No hay que reinventar la rueda. Sólo tiene que remontarse tres años en el pasado cuando era ministro de un gobierno que si en algo estaba era en sintonía con el país, con sus problemas y la solución pragmática de estos.

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