11 de diciembre
de 2011 | OPINIÓN | Por: Luis Guillermo Restrepo Satizabal
Petro Ahora es el presumido triunfador que desfoga sus rencores y destapa sus ínfulas sin importarle el daño que causa a la ciudad que lo escogió como su máxima autoridad.
Como si fuera el amo y señor de
Bogotá, como si ser elegido alcalde no le significara la obligación de acatar
mandatos legales, Gustavo Petro se estrenó sin posesionarse, dándole un golpe
al patrimonio de la capital. Un abrebocas de lo que viene y de lo que puede
suceder si el populismo se toma el poder en Colombia.
La Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, EEB, es un buen ejemplo de lo
que se puede lograr cuando el sector público entiende aquello de asociarse con
el privado para generar riqueza. Con ella los bogotanos aprendieron que sí es
posible hablar de eficiencia y transparencia, y que el Estado puede recibir
buenos rendimientos cuando deja de pensar en la burocracia que reparte en la
clientela y recibe las utilidades que puede generar una entidad cuyo 81% es del
Distrito Capital.
Ese exitoso modelo le permitió ser inversionista internacional y recibir
hace poco un respaldo vigoroso en el mercado de capitales. En ese momento nadie
pensó que la elección de Petro iba a poner en riesgo a la empresa hasta
entonces orgullo de los bogotanos. Nadie se imaginó que el exguerrillero en
trance de gobernante iba a ponerle un petardo de alto poder destructivo a la
confianza que la EEB había construido.
Sucede que el señor Petro ganó las elecciones y ya destapó sus
propósitos. Ahora ya no es el estadista en trance de atrapar incautos, sino el
alcalde arrogante que amenaza con imponer su populismo al estilo de Hugo
Chávez. Ahora es el presumido triunfador que desfoga sus rencores y destapa sus
ínfulas sin importarle el daño que causa a la ciudad que lo escogió como su
máxima autoridad.
De pronto se le ocurrió decir que iba a unir la EEB con la empresa de
teléfonos y el acueducto que, por mantenerse 100% pública tiene las
prestaciones sociales más onerosas. Dice que con ello pretende rebajar el costo
de los servicios a los usuarios. Y dio órdenes para que la Empresa recomprara
sus acciones, sin respetar sus estatutos y los acuerdos de buen gobierno que la
convirtieron en la estrella de Bogotá.
Es decir, se acordó de su maestro el coronel Chávez y desbarató de un
plumazo la confianza en la EEEB. En tres días, las acciones cayeron el 17,56%,
lo que significa una disminución de 1,8 billones en su patrimonio. Y de no ser
por la intervención de la Superintendencia Financiera, el desastre sería mayor
para los accionistas y los ciudadanos, no para Petro quien se siente héroe y
desafía la lógica y la sensatez con su prosa cantinflesca digna del régimen
chavista.
El flamante Alcalde afirma que su propuesta ya es ley porque forma parte
de su programa de gobierno y que defenderá su decisión “con la vida si es
necesario”. Es decir, Patria o Muerte. Y dice que no tiene la culpa del
desastre que produjo sino los especuladores, para lo cual apela a un farragoso
e incomprensible argumento que incluye conspiraciones y manos peludas. Es lo
que él ve y para él eso es suficiente.
Así llega Petro a la Alcaldía de Bogotá. Ese personaje de quien
desconfían hasta sus más cercanos colaboradores asoma las uñas del populismo
barato con el cual aspira a convertirse en caudillo y presidente de Colombia.
Viendo la sorpresa de muchos de los que votaron por él me da la impresión de
que cayeron en la trampa del tartufo. Y me acordé de aquel refrán: “la
mona, aunque se vista de seda….”
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