17 de enero
de 2012 | OPINIÓN | Por: Saúl Hernández Bolívar
Algo
se cocina de espaldas al país, pero no es la paz.
Los paramilitares eran grupos
contrainsurgentes, pero nos quieren meter el cuento de que no, de que eran
meros narcotraficantes que se hicieron pasar por delincuentes políticos, como
si la guerrilla no conociera un porro. Y se desmovilizaron, pero ahora nos
quieren meter el cuento de que no, de que las llamadas bacrim son los mismos
'paras' con chapa nueva.
Tal aseveración entraña el ocultamiento de que tras todo conflicto irregular
sobrevienen violentas transiciones que pueden llegar a ser peores que la
disputa de origen. Eso es parte del 'postconflicto', y en ese contexto se
originan las bacrim. Las desmovilizaciones dejan cientos de asesinos entrenados
que no sirven para nada más, y armas por montones que no suelen entregarse para
mantener una garantía frente al Estado. Venir a desconocer eso es una
temeridad.
Los tuertos suelen olvidar -o callar- que los procesos de paz con las
guerrillas han sido peores, como el del Epl, en 1991, del que quedó una
sanguinaria facción disidente que siguió echando tiros y se alió con las Farc
para exterminar a sus antiguos compañeros desmovilizados, que montaron un
partido político en Urabá: Esperanza, Paz y Libertad.
Precisamente, los hermanos Úsuga, líderes de 'los Urabeños', iniciaron su
bandidaje en el Epl e hicieron parte de esa disidencia que, de consuno con las
Farc, perpetró esa carnicería. Luego se pasaron al bando de las Autodefensas y
combatieron a las guerrillas, pero hoy conviven con ellas pacíficamente en aras
del negocio del narcotráfico: producen el 20 por ciento de la cocaína que sale
del país, nada mal. O sea que si los Úsuga representan el supuesto fracaso del
desmonte del paramilitarismo, también serían la prueba de que la
desmovilización del Epl fue un fiasco.
Al margen de lo anterior, lo cierto es que estos angelitos que tanto en nombre
de Mao como del dios dólar han cometido costalados de crímenes se deben de
estar muriendo de la risa por la indecisión estatal de combatirlos con todo el
poderío de la Fuerza Pública. Según algunos entendidos, dizque el DIH prohíbe
el uso desmedido de la fuerza en contra de delincuentes 'comunes' y que estos
sean combatidos por el Ejército y no por la Policía, que es la encargada del
orden interno. Tampoco se les puede bombardear en sus campamentos ni atacar por
sorpresa. ¿Qué tal las majaderías?
Si lo que se requiere es darles a 'los Urabeños' -y a 'Rastrojos', 'Águilas
Negras' y similares- el rótulo de 'terroristas', ya tienen méritos suficientes.
No son una banda de cosquilleros sino una peligrosa organización criminal que
ejerce soberanía en extensos territorios, con notoria incidencia en las
fronteras, y somete a las comunidades, incluso de grandes ciudades, donde
cooptan a las bandas delincuenciales para controlar el microtráfico en los
barrios. De su ostensible y preocupante dominio dan cuenta los alcances del
reciente paro armado y el concurrido y lamentado funeral de alias 'Giovanni'.
Paralelamente, las Farc continúan con una escalada de violencia ambientada por
las pomposas epístolas del comandante 'Timochenko', esas que sus amigos -a una-
tratan de hacer ver como "un evidente (y esperanzador) cambio de
tono". Con ínfulas de vencedor, 'Timo' pide retomar la agenda del Caguán
-tan perversa como el despeje mismo- con la nada sorprendente aprobación del ex
presidente Pastrana y el atrevimiento de Chávez de ofrecerse como mediador,
como si nadie recordara que en la anterior ocasión se atrevió a telefonear a
nuestros generales y terminó amenazándonos con los Sukhoi.
Para colmo, el rumor de que Santos tiene acercamientos secretos con las Farc
dejó de ser un rumor y se convirtió en franca recomendación. Algo se cocina de
espaldas al país, pero no es la paz. Hacerles concesiones graciosas a simples
bandidos siempre será una receta ponzoñosa.
@SaulHernandezB
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