18 de enero
de 2012 | Zona Franca | Por: JOSÉ OBDULIO GAVIRIA
El pastranismo quiere volver a hablar con las Farc de alta política y de cogobierno. Y mucho me temo que se salgan con la suya.
El pastranismo piensa que los
terroristas son buenos pero incomprendidos.
'Timo', nuevo capo de las
Farc, es un verdadero timo, que, en buen romance, es la acción de timar, es
decir, de engañar a alguien con promesas o esperanzas.
Las parrafadas de alias 'Timo' en los archivos de
'Reyes' dan cuenta de que el hombre es poco menos que analfabeto. Su formación
académica se circunscribe a cursos de marxismo en la escuela del Partido
Comunista, lectura del periódico Voz y viajes de 'formación' -en no se sabe qué
ciencia- por tierras de Cuba y de la desbaratada Unión Soviética.
'Timo', por ejemplo, desconoce la diferencia entre
los verbos hacer y echar, por lo que escribe la tercera persona del presente
del verbo haber sin h y la primera persona del verbo echar, con h. No sé si su
repulsión por la tilde denote algún mensaje político; lo que sí puedo afirmar
es que su uso (o no uso) en la 'literatura timesca' crea más caos en la
ortología que las bombas hechizas en los silencios de las aldeas. Va una
muestra: "(Rangel) recomienda si (sic) que tomemos medidas en nuestros desplazamientos
en el transporte de cosas delicadas (me hecho (sic) el cuento de unos
computadores que cogieron en una alcabala)".
La doctrina de Seguridad Democrática supuso un salto
extraordinario en la definición de lo que pasaba en Colombia y en la caracterización
de sus protagonistas. Hasta la llegada de Uribe se pensaba que Colombia vivía
una guerra civil o conflicto interno armado. Uribe demostró que no había tal,
sino una criminalidad exacerbada a la que había que oponer la fuerza soberana,
legítima y civilizada del Estado. En ese escenario, la Fuerza Pública dejó de
ser considerada 'actor del conflicto' y se le reconoció como la detentadora del
monopolio de las armas, cuya obligación era garantizar la vida, honra y bienes
de los asociados.
Antes de Uribe, la guerrilla era tratada como una
'alta parte' del tal 'conflicto social y armado'; como una parte digna de la
consideración y respeto que merecen quienes se "alzaron en armas contra
una situación política, económica y social que es criminal e injusta".
Uribe nunca desconoció el carácter político de la
guerrilla y de las Auc. Pero demostró que su discurso político encubría una
innata disposición terrorista (pretender resultados políticos a la brava,
desconociendo la institucionalidad democrática) y su inmersión en la mafia del
tráfico de drogas y armas.
En cambio, el pastranismo (corriente antagónica al
uribismo) llevó hasta el paroxismo el sentimiento de admiración, respeto y
aprecio por las geniales ideas de los 'insurgentes'. El pastranismo piensa que
los terroristas son buenos pero incomprendidos. Por eso embarcó al país en los
'diálogos' del Caguán y, cosa más asombrosa aún, no le dio vergüenza llevar a
los matones del secretariado a algunas Cortes, casas de gobierno y parlamentos
de Europa.
El pastranismo suspira por la 'solución negociada'
-cosa diametralmente diferente a la política uribista de negociar condiciones y
garantías para la desmovilización y desarme de los grupos terroristas-. ¡Sí! El
pastranismo quiere volver a hablar con las Farc de alta política y de
cogobierno (y mucho me temo que se salgan con la suya).
El escenario, hoy, es este: 'Timo' consiguió un
amanuense que le escribe tratados teológicos en los que intercala la consabida
propuesta de "una mesa de negociación"; María Jimena Duzán,
extasiada, lee y simula creer que el 'pulcro escritor' es 'Timo' (hasta
exclama: ¡ese hombre!); el ex comisionado Gómez informa en dónde iba la agenda
del Caguán ("en el 80 por ciento"); y Pastrana, con pose pontifical,
ordena retomarla e irse a negociar en Venezuela (pero, shhh... ¡en secreto!).
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